domingo, 23 de agosto de 2015

 Francisco Daniel Medina Najaro 
PREGÓN DE  FERIA DE 2011

El pregón de feria se realiza el jueves víspera de Feria. Es un acto de amor a Guaro, sus gentes, sus costumbres, sus ferias.
El pregonero de 2011 es un escritor, novelista y poeta, guareño y malagueño.
Desde una perspectiva literaria ha trazado su pregón por el ámbito familiar, que marca tanto como el local: la mayor parte de nuestros recuerdos se relacionan con nuestras familias, aunque, a veces, hay momentos solitarios inolvidables que son del ámbito de la soledad plácida.


Francisco Daniel Medina nace en Málaga en el año 1975. Debuta con la novela Un Mundo Sin Cuentos (Huerga & Fierro, 1999) gracias a la que obtiene el Premio Andalucía Joven de Narrativa 1998. El jurado que le concedió el premio estaba presidido por José Manuel Caballero Bonald. En el año 2005 aparece su segunda novela Cuando Las Luces de la Ciudad Se Apaguen (Staf thenew.popbooks). Por su poema “La conciencia de las moscas” ha obtenido un accésit en el I Premio Internacional de Poesía Addison de Witt. A finales del 2013 auto-edita su primer poemario El arte de derribar aviones (Libros del diluvio, 2013) que, presentado bajo el título provisional de La lentitud de los continentes, resultó finalista en 2011 en la XXVII edición del Premio de Poesía “Gerardo Diego” para noveles. Leo y Ana es su tercera novela (aún inédita). Ejerce tareas de redactor en la revista malagueña de Arte y Cultura urbana Stafmagazine y compagina la escritura con su trabajo en el Patronato de Recaudación Provincial de Málaga. Es vocalista y compositor en la banda de rock alternativo Modo Bélica que hasta la fecha ha editado la demo homónima Modo Bélica (2011) y el disco Equilibrio (2013).







 GUARO ES UNA FIESTA
(Pregón Feria de Guaro 2011)

Buenas noches:
En primer lugar, me gustaría comenzar dándole las gracias a Sebastián Rueda Ruiz (alcalde de Guaro) y a todas las personas que integran la institución que él representa por haberme brindado la oportunidad de estar hoy aquí dando el pregón. Pero, sobre todo, me gustaría darles las gracias a los guareños ya que, en última instancia, la feria les pertenece a ellos y las decisiones de los representantes políticos son, o al menos siempre deberían ser, una extensión de la voluntad del pueblo. También, quiero decir que me enorgullece entrar a formar parte de la lista de pregoneros que hasta el momento han pasado por este balcón, probablemente todos ellos más informados y más autorizados que yo para hablar de este pueblo. Y, por eso, me he propuesto no dar fechas ni hablar de acontecimientos históricos relevantes. No vengo a contar la historia de Guaro sino que vengo a contar mi propia historia que inevitablemente está ligada a esta villa. Así que, por favor, silencien su móviles y dispónganse a disfrutar de la película. El pregón que van a oír a continuación está recomendado para todos los públicos y está basado, casi en el 99%, en hechos reales.

Guaro es una fiesta
Como la mayor parte de vosotros sabéis, mi gran pasión es la escritura. Pues bien, la deformación profesional, me ha llevado a redactar un pregón que más bien se asemeja a un libro, pero no os alarméis, no tanto en cuanto a la densidad sino porque he terminado estructurándolo por capítulos e incluso le he puesto un título inocultablemente novelesco. El pregón se titula “Guaro es una fiesta”. Sí, lo admito, he cogido un título de Hemingway y lo he modificado sutilmente: he cambiado París por Guaro y el pretérito imperfecto de indicativo por el presente simple. Este pregón novelado bebe de varios géneros: el drama lacrimógeno, el humor, las memorias, e incluso la fantasía (y es que, lo queramos admitir o no, el recuerdo suele incluir también entre sus ingredientes, alguna pizca de invención). Pues bien, el título del primer capítulo de este pregón novelado lo he tomado prestado de una película del director manchego Pedro Almodóvar: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? También estuve tentado de titularlo “Pregonero al borde de un ataque de nervios” ya que, a mi modo de ver, ambos títulos ilustran bastante bien cómo me siento en estos momentos: mezcla de agradecimiento y de nervios.

Capítulo 1. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Ignoro hasta qué punto los escasos méritos que haya podido acumular hasta la fecha son suficientes como para hacerme merecedor del honor que para mí supone estar hoy aquí arriba, pronunciando este pregón desde este balcón que, como explicaré un poco más adelante (y es que mantener la intriga resulta crucial en cualquier relato que se precie), para mí no es un balcón cualquiera sino uno un tanto especial. Considero este privilegio como un anticipo de confianza con respecto a mi trayectoria futura, así que trataré de corresponderos llevando el nombre de Guaro tan lejos como me sea posible.

Capítulo 2. Paco, Anita, Barcelona.
El segundo capítulo del pregón se titula “Paco, Anita, Barcelona”. Este título lo he tomado prestado de la película Vicky, Cristina, Barcelona de mi admirado Woody Allen. Decir que mis raíces están aquí es quedarse corto ya que, tanto mis abuelos paternos como maternos, nacieron en esta villa y también mis progenitores. Hay muchos que opinan que las casualidades no existen sino las causalidades y que, por tanto, nada pasa porque sí sin más. La cuestión es que mi abuelo Francisco Najarro tenía un bar justamente en el edificio en el que yo me encuentro ahora (y de ahí que antes anticipase que para mí éste no es un balcón cualquiera). Por tanto, mi madre pasó gran parte de su infancia aquí y supongo que, por aquel entonces, jamás habría imaginado que, en un futuro, tendría un hijo varón, y que ese hijo vendría en el 2011 a dar el pregón de la feria justamente donde estaba el bar de su padre.
Pues bien, partiendo de la base de que los relojes son una invención del hombre y que el tiempo el cual justifica su comercialización y su existencia es otra quimera, podríamos aceptar, aunque fuese por un momento, que vivimos en una especie de presente eterno en el que absolutamente todo, lo de antes, lo de ahora, e incluso lo que aún está por llegar, está sucediendo simultáneamente; por lo tanto, no sería descabellado aseverar que, en este preciso instante, una niña que será mi madre está ahí abajo poniéndole una copa de aguardiente a algún vecino del pueblo mientras mi abuelo le insiste para que se vaya a jugar a la plaza con mi tía Beli y con mi tía María. Y mi padre tampoco andará demasiado lejos; seguramente se haya ido a pescar al río. Y mi abuelo Andrés estará buscándole para reñirle y tratar de inculcarle cierto amor por los libros. Y mi tía María estará triste porque no le gusta ver cómo le riñen a su hermano. Pero mi padre no quiso estudiar sino que decidió aprender un oficio. Mi padre se convritió en carpintero. Y un día el pueblo se le quedó pequeño y decició irse a Barcelona, hasta que mi madre, cinco años después de su marcha y no bastándole ya con comunicarse con él por carta, le dio una especie de ultimátum. Y menos mal que mi padre volvió de Barcelona porque, de lo contrario, no sé quién os estaría contando ahora todo esto, pero desde luego no sería yo.

Capítulo 3. El abuelo.
El capítulo tres lo he titulado El abuelo como la película de Garci. Mi abuelo Andrés, cuando yo era un mico, con ayuda del Atlas Santillana y de una simple regla y de las escalas, me enseñó a medir la distancia en kilómetros que separaba diferentes puntos en un mapa. Y me acuerdo que me pasaba tardes enteras haciendo reglas de tres para calcular la distancia que me  separaba de Moscú o de Nueva Delhi o de Praga. Pues bien, con el paso de los años, he llegado a la conclusión de que la distancia que te separa de ciertos lugares es siempre idéntica y que esa distancia es cero, porque esos lugares son como parte de tu equipaje. Y Guaro, para mí, representa uno de esos sitios que se mueve conmigo y me acompaña a todas partes. Y por eso casi da lo mismo que venga más o menos veces porque, de alguna manera, siempre estoy regresando aquí por medio de la imaginación y de la memoria. Hasta el punto de que, paradójicamente, cuando vengo de verdad, siento que me alejo porque, tanto para bien como para mal, este mundo loco se mueve y da vueltas y ciertas cosas dejan de estar en su sitio para siempre, y Guaro ahora es otro Guaro, indiscutiblemente muy bonito, pero también inevitablemente distinto al de mi niñez y mi adolescencia.

Capítulo 4. Guaro town.
Cuando éramos adolescentes, mi primo Andrés tocaba la batería en un grupo el cual tenía una canción titulada “Guaro Town”. Supongo que muchos de vosotros desconocíais ese dato (que casi con total seguridad nunca aparecerá en la Wikipedia) pero que para mí forma parte de mi particular e intransferible historia de Guaro. Más tarde, sería mi primo Pepín, su hermano pequeño, quién tomaría el relevo en lo tocante a la música y ha paseado ya su talento y su arte por gran parte del mundo.
Mi educación y mi imaginario, cosas fundamentales para cualquier persona, y más aún si cabe, para alguien que se dedica a la escritura, están totalmente condicionados por esta villa. Guaro son los olivos y el verdeo, el molino y la zaranda, Paule y la tira, quemar el ramón, Guaro son los almendros y el Cerrillo y los primeros escarceos con un sentimiento de libertad semejante al de los adultos. Y es que, en los pueblos, a los niños se les deja hacer cosas que en las ciudades no pueden hacer. Y por tanto, y sobre todo en feria, yo recorría las calles con mi primo Miguel Ángel y con mi prima Leti y con mi primo Andrés y con mis primos Francis y Carlos (y podría seguir diciendo nombres de primos porque al final, independientemente del vínculo sanguíneo que nos uniera, aquí todos terminábamos siendo primos más o menos lejanos), y me recogía tarde y experimentaba sensaciones que, indefectiblemente, han quedado asociadas en mi cabeza a este municipio. Por eso, cada vez que vengo aquí, siento como si algo en mi interior se liberase y como si el niño que fui viniese corriendo hasta mí y se juntase conmigo en ese presente eterno al que antes he aludido, ese presente sin tiempo ni relojes. Y ahora supongo que mi sobrino Adrián estará experimentando sensaciones similares a las que yo experimenté y que me marcaron. De hecho, mi hermana me comenta a menudo que al niño cada vez le gusta más venir al pueblo, y más concretamente a la feria, y yo le entiendo. Te entiendo, Adrián, entiendo que te quieras quedar aquí hasta el domingo por la noche.
En este pueblo me he caído de un olivo (a pesar de que los que me conocen bien saben que me paso la mayor parte del tiempo subido en la parra), me he bañado en una alberca que construyeron mi padre y mi abuelo con sus propias manos, y he bebido de los botijos agua fresca y cristalina extraída directamente del pozo, y he cogido espárragos y he visto cómo mi tío Pepe se convertía en una especie de héroe para mi primo Miguel Ángel y para mí ya que tenía la casa repleta de trofeos que ganaba tirando al plato. En este pueblo he visto cómo la casa de mi abuelo Francisco Najarro era arrastrada por una riada y he aprendido a amar y respetar a la naturaleza. También, he aprendido otros muchos valores. De pequeño, me contaron que, durante la Guera Civil, mis dos abuelos habían combatido en bandos distintos. Yo sabía de primera mano que ambos eran hombres buenos, íntegros y de principios. Entonces, a muy temprana edad, comprendía que los hombres de a pie, los civiles, tienen muy poco que ver con las guerras sino que son otros los que, desde arriba, orquestan las barbaries.
Guaro, para mí, significa todo eso y mucho más. Guaro, para mí, es mi abuela Isabel aguardándome con los brazos en jarra a la entrada de la florida Calle Córdoba, como si mi simple venida fuese un magno acontecimiento. Solamente le faltaba para celebrar mi llegada contratar a una banda de música y fabricar una pancarta. Guaro, para mí, es un montón de titas: la tita Josefina, la tita Isabel y la tita Salvarita; en fin, sentirte querido y arropado por los cuatro costados.
Guaro, para mí, significa estar con mis amigos en cualquier punto de España y pedir unas cañas y que nos sirvan un platito de aceitunas y que uno de mis amigos comente “qué ricas están estas olivas” y que yo le responda “tú es que no has probado las que aliñaba mi abuela Ana”.

Capítulo 5. De la tierra a la luna.
El capítulo cinco lo he titulado “De la tierra a la luna” en homenaje a la novela científica y satírica del escritor Julio Verne. En casi todas partes, me tropiezo con gente de Guaro o con gente que me refiere de una forma u otra el municipio. Y todos se admiran cuando les digo que mis raíces están en este pueblo. Y, por si algunos no lo sabíais, el conocimiento que tenemos de Astronomía, más concretamente acerca de la luna, se ha enriquecido en los últimos años con una aportación nueva. Sabíamos que la luna es el quinto satélite más grande del Sistema solar, que la luna es plateada y redonda, también silvestre, que la luna es todo eso que dicen los astrónomos y aquello que cantan los poetas pero, sobre todo, las últimas investigaciones dicen que la luna es mora

Epílogo: Midnight in Guaro.
Como ya está a punto de llegar la media noche, he titulado el epílogo de este pregón novelado “Midnight in Guaro” en homenaje a la última película de Woody Allen quien, si conociese esta villa, casi con total seguridad se olvidaría de Manhattan y rodaría aquí alguna de sus películas. Yo, por mi parte, debo confesar que, hace algún tiempo ya, comencé a escribir un relato que transcurría en un pueblo plagado de almendros, almendros cuyas hojas eran tan blancas y relucientes que daba la impresión de que sobre sus copas y ramas hubiese caído una copiosa nevada. Y confieso que el pueblo que inspira ese lugar imaginario y ficticio es esta villa, del mismo modo que Aracataca inspiró el quimérico Macondo de mi admirado García Márquez.
Hoy comienza la feria y, a mi modo de ver, la feria posee un significado como celebración colectiva que trasciende lo puramente material: las luces, la ornamentación de las calles o la presencia de las atracciones y las casetas. Significa que la gente que convive en un mismo municipio se echa a la calle y comparte vivencias y se lo pasa bien junta y conversa e, incluso después de que alguno se haya tomado alguna copichuela de más, le dice a su vecino cuatro cosillas que tenía por ahí guardadas y que necesitaba sacar fuera. Y, durante estos días, viene gente que ya no vive en el pueblo pero que, nada más llegar, deja de ser forastera porque el pueblo les acoge con los brazos abiertos.
Bueno, pues creo que ha llegado ya el momento de que este pregonero al borde de un ataque de nervios y que, insisto, no ha hecho nada para merecer esto, calle y deje que Guaro, a partir de la medianoche, se convierta en una auténtica fiesta, en una especie de Cenicienta que no ha perdido ningún zapato ni tiene que marcharse pronto a casa montada en ninguna carroza.
Moraleja de este pregón o de este cuento o cómo prefiráis llamarlo:
“Cada vez estoy más convencido de que, a la hora de la verdad, los escritores no servimos para casi nada y de que el mundo lo construyen los carpinteros”.
Me reitero en mis agradecimientos. ¡Viva Guaro! ¡Viva la feria!


Francisco Daniel Medina

25 de Agosto de 2011

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