EL DESTINO DE
UNA VIDA
FRANCISCO SANTOS AGUILAR
Nuestro paisano Francisco Santos Aguilar Paco El Ditero ha reproducido las Memorias de Paco El Ditero el Mayor.
Me ha dado su permiso para que lo reproduzca en mi blog.
Lo vamos a publicar por partes. Al no tener los archivos originales de fotos, lo reproduzco sin fotos.
Es un diario intenso, dramático, triste: la historia de una generación perdida.
Podría ser el guion de una película sobre la Guerra Civil, aspectos no le faltan.
Con técnica de Flashback ,retrocedemos a la infancia cartameña de Paco.
A la memoria de mi padre
Diseño, maquetación y edición: Fran & San
Impresión: Solidaridad
Diseño portada: FSA
Editado en Málaga año MMX
Depósito legal: MA-375-2010
Esta edición se edita y distribuye con la colaboración de la
Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos
SOLIDARIDAD de Málaga.
Edición sin ánimo de lucro.
INDICE
Agradecimiento....................................................................
……………
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7
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Prólogo………………………………………………………………………..
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9
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Introducción............................................................................................
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13
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La salida.................................................................................................
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15
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Recuerdos de la
niñez............................................................................
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27
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La guerra................................................................................................
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52
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El
frente..................................................................................................
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65
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La
retaguardia.........................................................................................
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78
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La
detención...........................................................................................
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94
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La cárcel de
Málaga...............................................................................
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101
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Ciudad
Rodrigo.......................................................................................
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129
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Campo de concentración
de Castuera...................................................
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140
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La fuga....................................................................................................
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152
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La cárcel de
Cádiz..................................................................................
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172
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Talavera de
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181
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El penal de
Chinchilla.............................................................................
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191
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Penal del Puerto de
Santa María............................................................
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199
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La
libertad……………………………………………………………………..
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217
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Desde mi
celda……………………………………………………………….
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225
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Documentación……………………………………………………………….
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236
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Fechas de importancia ..........................................................................
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244
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Fotografías de Robert
Capa...................................................................
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245
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Listado de ejecutados
naturales de Alozaina.........................................
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251
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Listado de ejecutados
en Málaga naturales de Alozaina.......................
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253
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Relación incompleta de
campos y prisiones...........................................
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254
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Fuentes consultadas...............................................................................
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271
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AGRADECIMIENTOS
Este libro no se habría
podido escribir sin el apoyo de mi
familia, especialmente de mi esposa, Fina, y mis hijos, Verónica y Fran.
Mi agradecimiento a la Federación Provincial
de Asociaciones de Vecinos SOLIDARIDAD de Málaga, por su apoyo y ayuda para que
este libro viera la luz, y a mi amigo Ángel Rueda, por su apoyo y aportación
personal.
También, quisiera
expresar mi agradecimiento a todas aquellas personas, colectivos e
instituciones que luchan a diario para mantener viva una parte de nuestra
historia, evitando que esta caiga en el olvido.
El autor
PRÓLOGO
Si es misión principal del historiador,
plasmar en sus escritos lo acontecido, son muchas las ocasiones en las que los
textos que relata reflejan notoriamente la subjetividad propia de sus ideas,
sus pensamientos, su opinión, incluso su interés personal.
Ejemplo de ello
es encontrarnos varias versiones de la misma historia contada cada una de
diferente forma y desigual contenido; constatando que hay muchas
situaciones en las que ciertas
expresiones literarias afloran con unas intencionalidades claras, tendente a
poner en valor hechos históricos de muy dudosa credibilidad los cuales,
manejados con habilidad y medias verdades por el escritor o el ideólogo que
pudiera acompañarle, construyen una gran mentira que posteriormente tratan de
hacerla creer.
Por el contrario son las pequeñas historias
como las que presenta Paco Santos en este libro las que verdaderamente dan a
conocer una visión de la historia basada en este caso en el dolor, el
sufrimiento y a veces la impotencia frente a un poder absolutista cuya
dictadura venía a reprimir cualquier forma de pensamiento y expresión que no
estuviera en la misma sintonía que la del pensamiento único instituido e
impuesto a la fuerza por el régimen franquista. Cuando la sed de justicia, el
coraje y el corazón, se revelaban contra la irracionalidad y la imposición
totalmente arbitraria, se estaba expuesto a ser encarcelado, torturado o
mandado “al paredón”.
Es evidente que la forma autodidacta de
escribir, como la de Paco, denota ya de por si una actitud valiente al
enfrentarse con un gran problema histórico familiar que pretende no quede
olvidado, sino que su historia sirva para dar a conocer unos hechos reales
ocurridos con la sana intención de que puedan servir sobre todo para que las
generaciones que no vivieron la criminal dictadura habida, puedan tomar nota de
lo que sucedió y no puedan dejarse confundir con falsos mensajes e historias
totalmente manipuladas y en ningún caso permitan que hechos como los relatados
jamás vuelvan a suceder.
Aunque intereses muy concretos traten de
obscurecer e ignorar nuestro pasado reciente, recuperar la memoria histórica es
de vital importancia para dejar puestas las cosas en el lugar que les
corresponde y encarar el futuro sin rencores pero con el conocimiento de lo
acontecido y el propósito y la decisión de que la historia pasada no se vuelva
a repetir.
JOSÉ ENRIQUE RIVAS CEBRIÁN
Presidente de la Federación Provincial
de
Asociaciones de Vecinos “Solidaridad”
“...
Dos bandos. Aquí hay ya dos bandos. Mi familia y la tuya. Salid todos de aquí.
Limpiarse el polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi hijo... Porque tiene
gente... ¡Fuera de aquí! Por todos los caminos. Ha llegado otra vez la hora de
la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y yo con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!”
FEDERICO GARCIA LORCA
Bodas de Sangre, Acto II
INTRODUCCIÓN
“Vigilad para, aprendiendo de nuestra
historia,
evitar que se vuelva a repetir.”
A la edad
de 14 años, mi padre me hizo entrega de una serie de libretas
manuscritas a lápiz en las que había logrado recopilar sus vivencias, desde el
comienzo de la Guerra
Civil española, hasta el día de su liberación, en el año
1949.
Las había escrito durante su permanencia en
el penal del Puerto de Santa María, mientras cumplía condena por “rebelión
militar”. Para evitar la férrea censura que existía en las cárceles españolas
en esa época, dichos manuscritos los debió escribir en clave. Ardua fue la
tarea de descifrar aquellas claves, específicas para cada uno de ellos, cosa
que me costó más de dos años.
Con la ayuda de los manuscritos de mi
padre, y con los datos aportados por todas aquellas personas que, con sus
investigaciones unos, y sus testimonios otros, rescatando del olvido un periodo
de la historia española, he podido escribir esta historia, la historia de mi
padre, una historia que, como la de muchos españoles, ocurrió durante nuestra
Guerra Civil.
No deseo, y esa fue la voluntad de mi
padre, que lo aquí narrado se tome como
venganza, ni buscar represalias contra quienes participaron en cambiar
el rumbo de su vida, sino que sirva de advertencia de que la intolerancia y la
sinrazón de la fuerza pueden alterar la vida de las personas, propagando entre
ellas el odio y el deseo de venganza personal hacia sus semejantes.
Tampoco es intención el culpar a nadie de
lo ocurrido, sino el dar a conocer que, entre todos, contribuyeron a cambiar el
rumbo de la vida de mi padre, una vida que, como la de muchos otros, fue
condenada a muerte pero que, por los avatares del destino, logró salvar, pero
que le marcaron profundamente para el resto de su vida.
Mi padre murió el 23 de agosto de 2009.
El autor
LA SALIDA
“Mejor quisiera estar muerto
que preso para toda mi vida
en este penal del puerto,
Puerto de Santa María.”
Rafael Alberti
La mañana aparecía gris, fría. Era la
clásica mañana de invierno, aunque en el Puerto de Santa María, en la provincia
de Cádiz, como en toda Andalucía, esto no es muy corriente, debido a sus
características climatológicas, caracterizadas por un clima mediterráneo, con
inviernos de temperaturas suaves. Pero aquella mañana del día 23 de diciembre
de 1.949, viernes[1], era
distinta. Paco esperaba con ansiedad la llegada de aquel día, en el que por fin
saldría en libertad. Hacía un mes que le habían comunicado su pronta
liberación, solo faltaban algunos “papeles” para que su salida fuera efectiva.
La lentitud de las distintas administraciones había hecho que se demorara más
de la cuenta. Una salida que se tenía que haber producido dos años antes, pero
debió de permanecer esos dos años más para, además, cumplir una pena supletoria por haberse
fugado. La vida le había vuelto a jugar una mala pasada.
El patio central del Penal Viejo, como era
conocido el penal del Puerto de Santa María, estaba plagado de hombres,
deambulando por él, tratando de mitigar
aquel frío que se calaba hasta los huesos. La mirada puesta en el cielo, un
cielo azul, limpio, esperando que el astro rey apareciera, y que con sus rayos,
les dieran el calor suficiente para afrontar un día más.
Las ropas que vestían aquellos presos, la mayoría de ellas raídas y
descoloridas por el uso y el paso del tiempo, no les daban el abrigo suficiente
para afrontar el largo invierno. Estas se habían convertido en una segunda piel
para todos aquellos hombres, en cuyos rostros se podía apreciar la huella que
deja la acumulación de penurias y sufrimientos que todos ellos habían tenido
que padecer
Paco vestía un pantalón oscuro, zurcido por
varias partes y, como casi todos los compañeros, descolorido. Una camisa
blanca, aunque ya había adquirido un
color amarillento debido a los muchos lavados que había sufrido, y una chaqueta
también de color oscuro. Poca era la ropa que tenían aquellos hombres. Paco
guardaba celosamente otra ropa, mucho más nueva, para el día de su salida. Era
como el niño que guardaba celosamente su primer pantalón largo, hasta cumplir
la edad exigida por los mayores para poder ponérselo.
Se sentía nervioso, no paraba en su caminar
por el barrizal que conformaba el suelo del patio esperando la llamada de la
libertad, y eso, después de tanto tiempo, le aceleraba el pulso.
Como cada día, ya habían formado a primeras
horas de la mañana, cuando aún no había amanecido, en el patio central del
penal, para realizarse el recuento preceptivo de presos. Una tarea rutinaria que
tenían que realizar. Una vez pasado este trámite, pasarían a desayunar al
comedor, debiendo hacerlo por turnos y por brigadas.
Paco
esa mañana no tenía hambre y se quedó en el patio a la espera de una
llamada. Ese deseo le alimentaba más que lo que en aquél comedor le pudieran
ofrecer.
Miraba continuamente a las esquinas del
patio, donde, y en número de cuatro, estaban instalados unos altavoces.
Esperaba que estos dijeran su nombre y ese sería el momento en el que se daría
el pistoletazo de salida para el inicio
de una nueva vida.
El día comenzaba ya a despertar, a extender
su manto sobre el Viejo Penal cuando se produjo aquella llamada. El corazón de
Paco comenzó a latir a un ritmo vertiginoso mientras sus compañeros le
abrazaban. Todos lo sabían. Aquella era la llamada de la libertad.
Los largos años de presidio hacían que los
huesos de los presos manifestaran claramente dicha circunstancia. En Paco se le
apreciaba una leve cojera en su pierna derecha, más producto de la falta de
movimiento que de otra cosa.
Emprendió
entonces su camino hacia la zona destinada a las oficinas de la prisión.
Aquellos compañeros estallaban en aplausos y felicitaciones. Muchos de ellos
lloraban de alegría. Cosas de la vida, lloraban por la partida de un compañero,
sin compadecerse o maldecir a la suerte, por no ser ellos los elegidos. Habían
aprendido muchas cosas de la vida después de tanto tiempo en prisión, entre
ellas, a no esperar nada bueno de un régimen que había empezado su andadura de
una forma cruel, sanguinaria. Demasiada suerte tenían ya con llegar a ver cómo
se marchaban algunos compañeros, después de muchos años habiendo pasado
mucha hambre y sufrido castigos
inhumanos.
Con ese andar que caracteriza a los que han
permanecido mucho tiempo encerrados e inactivos, Paco se dirigía hacia la
libertad. Pero, -¿qué era la libertad?
– se preguntó. Tantos habían sido los
años que había pasado privado de ella, que apenas si la recordaba. No recordaba
una vida anterior distinta a la de los últimos catorce años, en los que había
permanecido preso. Aquellas vivencias de su niñez y juventud debían de
haberse quedado en el lugar más recóndito de su mente, y recubiertas por un
caparazón contra la ruindad y la maldad, las tónicas más recientes
de su vida.
Pero, ahora, no era el momento de intentar
ni tan siquiera romper esa coraza para que sus recuerdos afloraran.
Recorrió el patio con
paso acelerado y se adentró en la parte del edificio destinada a las oficinas
del penal. Una vez dentro, accedió a través de la blanca escalinata de mármol a
la primera planta. Un largo pasillo flanqueado por puertas que daban accesos a
las distintas dependencias y al fondo del mismo el despacho del director del
centro.
La antesala del despacho del director del
penal estaba flanqueada por varias mesas, en las que los funcionarios dedicados
a la administración realizaban su trabajo. Las viejas máquinas de escribir eran
tecleadas por estos funcionarios, perfectamente uniformados, produciéndose un
sonido acompasado que rompía el silencio casi sepulcral de la sala.
El ayudante del director le espetó a que
aguardara hasta que le diera permiso
para poder entrar al despacho. Una vez concedido este, Paco avanzó unos metros
y se situó ante la puerta del despacho del director de la prisión. Creyó que su
corazón se paraba. Una placa lucía inmaculada en dicha puerta, con la siguiente
leyenda: RAMON CABALLERO. DIRECTOR. Golpeó suavemente con sus nudillos la
puerta. Una voz seca y ronca le autorizó la entrada.
El sobrio y oscuro despacho estaba
amueblado con una gran mesa de madera de color marrón oscuro, con infinidad de
papeles sobre ella. Una estantería, también llena de carpetas y un sillón con
grandes brazos. El director, hombre de unos cincuenta años, moreno. Se le
apreciaba una gran calvicie, solo rota por una delgada hilera de pelos que,
desde la parte posterior de su cabeza se extendía, por ambos lados, hasta
unirse con las patillas, también delgadas y finas. Vestía uniforme militar de
color caqui, y en su pechera se podían apreciar varias condecoraciones. En su
mano derecha sostenía una pluma estilográfica con la que firmaba algunos
papeles. Detrás del sillón, colgada sobre la pared, una gran fotografía,
enmarcada, en blanco y negro de Franco, presidía aquella habitación.
A su lado, y sobre una peana de madera, una
bandera elegida por los vencedores de la última contienda para representar a
España, avalaba dicha situación. De pie, Paco aguardó a que el director le
dirigiera la palabra. El silencio se podía cortar, mientras aguardaba unas
palabras de aquel hombre. Con gesto
parsimonioso, enfundó la parte del plumín en su caperuza y, lentamente, se
levantó del sillón. Dio varios pasos sobre la habitación, entrelazando ambas
manos por la parte trasera de su cuerpo. Comenzó un discurso en el que se
mezclaban consejos con amenazas veladas.
Consejos sobre lo que, como ex presidiario, no podía hacer cuando
saliera de aquél recinto, y las amenazas sobre lo que le podía ocurrir si
incumplía alguna de las normas impuestas.
Como pudo, aguantó el chaparrón de
reproches y consignas que el director lanzaba, de corrillo, como si lo hubiera
estudiado previamente y que, seguramente, era el mismo que decía a todos los
que salían en libertad.
Cuando por fin salió de aquel despacho, los
funcionarios que se encontraban en la antesala le entregaron un documento que
acreditaba su libertad definitiva; un certificado médico, en el que se especificaba
que estaba libre de cualquier tipo de enfermedad contagiosa, y un pase para
poder coger el tren que le llevaría hasta la estación más próxima a su destino,
a la estación de Pizarra, en la provincia de Málaga. Más de media hora debió de
esperar a que aquellos funcionarios le tramitaran dicha documentación. Salió de
aquellas oficinas y con paso acelerado, se dirigió hacia su brigada para
recoger sus pertenencias.
Apresuradamente, como el que teme que
la realidad se convierta en un sueño, que no haya sucedido nunca, Paco sacó de
su vieja maleta aquella ropa que aguardaba el día de su salida para embutirla
en su cuerpo. Recogió todas sus pertenencias de forma atropellada.
El estado de nerviosismo en el que se
encontraba no le dejaba hacer las cosas tal y como él deseaba. Durante su larga
estancia en las distintas cárceles y campos de concentración de España había
aprendido a no esperar nada del mañana y, aunque en los últimos años de
estancia en el Penal del Puerto de Santa María, había confiado en un futuro
fuera de aquellos muros, siempre las cosas las había realizado de forma
pausada, tranquila, sin prisas.
Ahora todo era distinto. Veía cómo aquello
podía ser verdad, que no era una ilusión ni un sueño repetido durante los
largos años en los que había permanecido privado de libertad, y eso no le
dejaba realizar una tarea tan sencilla como la de preparar la maleta.
Se despidió, entre
abrazos y lágrimas en los ojos, de aquellos compañeros con los que más había
intimado, y se dirigió hacia la puerta de entrada (de salida para él), camino
de su libertad.
-¿Le dejarían salir? – se preguntaba-, ¿o le cerrarían las puertas como
tantas y tantas veces había sucedido?
Cómo atravesó aquellos muros y llegó al
exterior del penal, no se lo pudo explicar.
En su lucha por dominar el cielo andaluz,
el sol había ganado la batalla a las nubes y ahora lucía esplendorosamente en
el Puerto de Santa María. Paco caminaba por el largo sendero que separaba la
prisión de la estación de trenes de esa ciudad. El camino se encontraba lleno
de charcos y barro como consecuencia de las lluvias caídas días atrás, pero a
él le pareció una alfombra. La mirada fija en el horizonte. No se
atrevía a mirar hacia atrás. No quería mirar hacia atrás. Quería mirar hacia
delante, hacia el futuro, olvidar lo pasado.
No llevaba más de un kilómetro recorrido
cuando: -¡No se lo podía creer! El pase que le habían entregado no lo llevaba
consigo. Miró una y otra vez en los bolsillos de aquella vieja y descolorida
chaqueta de pana. Tampoco en los pantalones encontraba el pase. Rebuscó entre
el contenido de la maleta, pero allí tampoco se había escondido el dichoso
pase. Se maldecía. Maldecía a todo lo que existía. No podía volver atrás, no
quería volver.
Pero,
¿adónde iría sin aquel pase, y sin apenas dinero?
Decidió volver a la prisión a reclamarlo.
En algún lugar se lo había tenido que dejar. Seguramente, en las mismas
oficinas.
Primero tuvo que soportar las risas de los
guardias de la entrada.
-¿Te ha gustado esto? – le decían. - ¿Te
vas a quedar unos añitos más? – preguntaban entre risas y en un tono irónico.
Más tarde, las de los funcionarios de
prisiones cuando apareció por las oficinas. Aquellas risas tronaban en los
oídos de Paco como si toda una batería de morteros disparara sus cañones a la
vez. Entonces, cuando de nuevo volvió a mirar en los bolsillos, el dichoso pase
apareció. Sí, allí se encontraba aquel maldito, pero necesario pase. Siempre
había estado allí. Se maldecía por ser tan imbécil. Por haber dado los motivos
suficientes a aquellos funcionarios para que se rieran de él.
La frecuencia con lo que aquel hecho
ocurría y el saber que esa sería la última vez que aquellos hombres se rieran
de él le consoló, y nuevamente emprendió su camino. Otra vez tendría que
soportar el suplicio de tener que pasar por el cuerpo de guardia de aquel
penal.
Pero, esta vez sería la definitiva. No
volvería a cometer más estupideces como aquella.
Con su vieja maleta acartonada, de color
marrón y con unas franjas verticales de un marrón más claro, atada con cuerdas
para que no se desparramara su contenido, en una mano, y el pase bien visible
en la otra, Paco llegó por fin a la estación. Se encontraba extraño entre
aquella gente que, como él, esperaban la
llegada del tren. Sentía cómo le miraban. Allí, todos distinguían cuando alguien procedía de la prisión. Su
forma de vestir, su forma de caminar, su nerviosismo... todos eran síntomas de
proceder del penal. Se sentó en un banco de madera del andén a la espera de que
llegara la hora de partir. No pudo evitar que las lágrimas resbalaran por sus
mejillas, secas y agrietadas por el paso de los años en circunstancias penosas.
Pero, y desde hacía muchos años, aquellas lágrimas eran de alegría. Respiraba
profundamente, queriendo llenar todos sus pulmones de
aquel aire nuevo, el aire de la libertad que tanto había soñado y deseado,
además lo tenía que hacer para poder controlar el ritmo frenético y acelerado
que había adquirido su corazón.
Dos larguísimas horas tardó el tren en
llegar a la estación. Por fin, pudo acceder a él. Se sentó junto a una de las
ventanas ya que no quería dejar de aspirar aquel aire, un aire nuevo para él.
La maleta la colocó entre las piernas. Una maleta repleta de libros y entre
ellos, unas libretas manuscritas en las que narraba sus vivencias desde que
comenzó aquella guerra fraticida. Debido a la censura tan férrea que existía en
las cárceles españolas, Paco debió ingeniárselas para poder escribir sin que se
dieran cuenta de lo que ponía realmente. Cual experto espía, para cada una de
las libretas, Paco se inventó una clave. Ya llegaría el momento en el que se
pudieran descifrar y dar a conocer su historia. Era lo único que en ella
transportaba. Lo demás, o lo había regalado a sus compañeros, o lo había
tirado. No había querido llevarse nada que le recordara su vida anterior.
Solamente los libros, compañeros fieles
durante los últimos años, habían sufrido el indulto de Paco.
El estridente pitido del tren anunciaba su
partida. Deseaba que este saliera lo antes posible, temiendo que todo lo que le
estaba ocurriendo fuera una nueva macabra jugada del destino, y que,
nuevamente, le hicieran regresar a prisión. Quería poner tierra de por medio,
mientras más, mejor. Por fin el tren comenzó su rodar, lentamente primero, para
ir acelerando cada vez más su velocidad.
Esto le tranquilizó, aquello ya no era un
sueño. La realidad se imponía.
Paco contemplaba a través de aquellas
ventanas los verdes campos de la provincia de Cádiz. Frente a él se había
sentado una mujer ya mayor, totalmente vestida de negro, y con la cabeza
también cubierta por un tupido velo negro. Ni una palabra entre ellos.
Ella le miraba intentando disimular su
curiosidad, pero él sabía que ese interés estaba motivado por su vestimenta y
su origen. Otras personas más habían subido al tren y ocupaban los asientos
contiguos separados de él por el estrecho pasillo que daba acceso a los mismos.
Hizo caso omiso a las miradas indiscretas que tanto la anciana como el resto de
viajeros le lanzaban continuamente, y logró abstraerse de todo aquello. Nadie
se sentó a su lado. Parecía como si en su frente llevara un cartel en el que,
claramente, se podía leer “ex presidiario”.
No le dio mucha importancia.
No había comido nada desde la cena de la
noche anterior, pero tampoco sentía la necesidad imperiosa de tener que
llevarse algún alimento a la boca.
El revisor hizo su aparición por el vagón.
Con su uniforme de color gris y su gorra de plato, comprobaba uno a uno los
billetes de los pasajeros, haciéndoles una perforación con una maquinita que
llevaba, como prueba de su control. Cuando llegó a su altura, Paco extendió la
mano para ofrecerle aquel pase que le habían dado en prisión. El revisor ojeó
el mismo, a la vez que le miraba. Tras unos, para él, largos segundos, con su
maquinita perforó el pase y se lo devolvió sin mediar palabra alguna.
Una vez prosiguió su ronda, Paco respiró
más tranquilo.
Se
relajó viendo pasar ante sí, con el fondo de su rostro reflejado en los
cristales de las ventanas del vagón, los lugares por los que el tren pasaba.
Como si de una película se tratara, los recuerdos de sus vivencias anteriores
comenzaron a aflorar, unos tras otros, después de muchos años escondidos en
algún lugar de su mente. Poco a poco, su cuerpo se iba relajando y dejando
aflorar aquellos recuerdos. Por fin, después de tanta tensión acumulada, sus
músculos adquirieron un placentero relax, cayendo en un soporífero sueño.
Entonces y definitivamente, aquellos recuerdos se agolpaban, unos tras otros,
tratando de salir de su mente. Ya nada ni nadie podía impedirles salir.
RECUERDOS DE LA NIÑEZ
“Si miras mucho tiempo al pasado,
el pasado te devolverá la mirada”
Paco
(Francisco Santos Rodríguez) nació en el pequeño pueblo de Cártama, en
la provincia de Málaga, el día 19 de Mayo de 1919.
Cártama está situada al
pie de dos pequeñas sierras (Espartales y Llana) que, juntas, forman la que se
conoce como Sierra de Cártama. Su
territorio es fronterizo entre la comarca del Valle del Guadalhorce y la de La Hoya-Montes de Málaga,
lo que favorece un aspecto que contrasta con la llanura agrícola, que extiende
naranjales y hortalizas a ambas márgenes del Guadalhorce y las lomas
redondeadas del norte del municipio por las que olivos y almendros con casas
dispersas de labor asoman al valle el inconfundible paisaje de los Montes de
Málaga. Dos paisajes que al oeste del río Guadalhorce, en la cuenca del río
Grande, su afluente, se funden en cultivos aterrazados que suben naranjales y
frutales desde regadíos del fondo del valle hasta lo alto de ondulaciones y pequeñas
colinas. Y cuando parece que se acaban las tierras del municipio por su extremo
occidental, Cártama añade un singular apéndice a su fisonomía: la Sierra de Gibralgalia. Se
trata, en realidad ,de un conjunto de lomas que extienden los montes cartameños
al corazón del Valle del Guadalhorce, en la confluencia de los términos
municipales de Pizarra, Casarabonela y Coín.
Su padre, Francisco Santos Díaz era un
humilde arriero, hijo de Rodrigo Santos y María Díaz. Se había casado con
Dolores Rodríguez Gómez, hija de Ana "La Patae ", que era dueña de una posada en la
calle principal del pueblo. Habían comprado una casa en la misma calle donde
estaba situada la posada, en la calle Málaga, y allí habían nacido tres de sus
hermanos: Rodrigo, Antonio y María. Cuando Paco nació, estos tenían 10, 8 y 6
años respectivamente. El trabajo que tenía su padre, aunque no le faltaba, y
por ello tenía varios animales de carga, no generaba los suficientes ingresos
para mantener a la familia.
Acababa de finalizar la primera guerra
mundial, en la que Alemania no había salido muy bien parada, y además, en ese
mismo año se produjo el eclipse de sol más famoso de la historia. El hecho se
produjo diez días después de su nacimiento, concretamente, el 29 de mayo, el
físico británico, Sir Arthur Eddington,
usó dicho eclipse para probar un
resultado de la teoría general de la relatividad de Albert Einstein. ¿Sería una
premonición de lo que después la vida le depararía a Paco?
Por otro
lado, la situación en España no era muy pacífica que digamos. El mismo día de
su nacimiento, a consecuencia de un mitin que se tenía que celebrar en
Montilla, en la provincia de Córdoba, el Alcalde de la localidad denegó el
permiso para su celebración y mandó a la Guardia Civil a
disolverlo. Se produjeron disparos y como consecuencia, varios heridos.[2]
Hechos como este se sucedían casi a diario a lo largo de la geografía española.
Por esas
fechas, reinaba en España el Borbón Alfonso XIII. La cabeza del frente antimaurista la llevó
Segismundo Moret, que obtuvo el poder el 22 de octubre de ese año, aunque el
rey, en una acción sin precedentes le negó el Decreto de Disolución de las
Cortes, por lo que el gobierno estuvo en una situación provisional, hasta que José
Canalejas, verdadero restaurador de la unidad del partido
liberal, accedió a la presidencia del Consejo de Ministros en febrero de 1910. En cuanto a la economía malagueña, a principios del siglo XX es esta una etapa de reajustes,
afianzándose con cierta expansión y mejora de la agricultura, que se consolida como el sector
dominante; el progresivo desmantelamiento industrial y el fluctuante
desenvolvimiento del comercio. Todo ello, en el seno de una sociedad atrasada y
escasamente alfabetizada, en la que una reducida oligarquía desempeña el papel
hegemónico mediante el poder económico y político. Depresión económica,
conflictividad social y dominación política hacen posible que también en la
provincia malagueña, la oligarquía y el caciquismo sean señas indicativas del
atraso con que la provincia se asoma al Novecientos.
En este
contexto crítico, el republicanismo pequeño burgués y el movimiento obrero irán
afianzando sus posiciones, especialmente en Málaga capital. En esas fechas,
Cártama contaba con una población de 5986 personas censadas.
Juan Marín era un
terrateniente de Cártama, cuya esposa era familia directa de una de las
familias más pudientes de Alozaina, y allá por el año 1922 iba a construir una
gran casa en dicho pueblo, no muy lejano de Cártama, y necesitaba de alguien que,
teniendo caballerías, se encargara del acarreo de los materiales necesarios
para dicha construcción. Ese trabajo se lo ofreció al padre de Paco, quien vio
una oportunidad de salir de la situación en la que se encontraba, y que
esperaba le facilitara un progreso imposible de conseguir en Cártama. Su padre
no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta. Una vez visto el lugar donde a
partir de entonces iban a vivir, vendió todo lo que poseía y, con la familia y
los animales, se trasladó a dicha población.
Alozaina
está situada entre
los pueblos de Tolox,
Yunquera
y Casarabonela, en las estribaciones de la Sierra de las Nieves ( Sierra
Prieta) en su transición hacia la Hoya de Málaga. Su superficie es de
34,5 kilómetros cuadrados, rodeados de bastantes accidentes geográficos. Al
Norte de su municipio, se encuentra la Sierra Prieta , donde el pico que lleva el mismo
nombre alcanza la máxima altura del término, con 1521 metros , en el
límite con Casarabonela. Al Oeste, Cerro Pelado, con 558 metros ; Ardite, al
Sureste, con sólo 459
metros , sirve de límite con Guaro; y, finalmente, la Loma del Pocico, de 634 metros , que separa
las cuevas del río Jorox y Arroyo de las Viñas. Precisamente, este río y el
manantial de Albar abastecen a la población. Población con el gentilicio de
«pecheros» y que está en contraposición al de los habitantes de la vecina
Casarabonela, conocidos por «moriscos». Estos apelativos no son de ayer ni de
anteayer, sino que tienen su origen en la mismísima Reconquista por los Reyes
Católicos. Rendida Álora y tomada aquella baja zona, también por esas fechas,
cae Alozaina, el 20 de junio de 1484. Como quiera que el término fue repoblado
con gentes venidas de fuera, además de los que se quedaron y no participaron en
ninguna revuelta, todos a su vez tuvieron en cierta medida bienes y haciendas,
por los que tenían que pagar el «pecho» o tributo. Es decir, que con el vocablo
«pechero» se denominaba a todos los súbditos de la Corona que no eran nobles
y, por tanto, no estaban exentos de tributos. En cuanto a personajes, aquí nacieron, por
ejemplo, el doctor Ramírez, que llegó a ser presidente de la República Argentina ;
Diego Marín Sepúlveda, que fue presidente nacional del sindicato de
Comunicaciones, Corcho y Vidrio; José Aguilar Rojas, primer director y
Francisco Sánchez, maestro, fundadores de la banda de música; además de la
bailaora Rita Ortega Feria, hermana de la «señá Grabiela», madre de los toreros
«Gallo»; así como María de Sagredo, heroína local que hizo frente con éxito a
una sublevación de moriscos en la segunda mitad del siglo XVI. Esta hazaña hizo
que el rey Felipe II la nombrara alférez de los tercios españoles y le diera
unas haciendas de moriscos en Tolox para su casamiento.[3]
Lo primero que su padre tenía que hacer era
buscar casa donde poder alojar a la familia. Alquiló una, que era una posada, en la calle de
Arriba, frente a donde se realizaría la obra de Juan Marín, y allí iniciaron
una nueva vida. Paco contaba con tres años de edad cuando se produjo este
traslado.
Aquello les empezó a ir, económicamente,
mejor que en Cártama.
El abastecimiento de los materiales de la
obra en la que su padre y sus hermanos mayores trabajaban; los ingresos que producía la explotación de
la posada, así como los numerosos trabajos de acarreos con las bestias que les
salían, permitieron una economía más saneada. Aunque aquella posada no era muy
espaciosa, siempre, y por el enclave en el que se sitúa el pueblo en un
importante cruce de caminos, tenía una alta ocupación, sobre todo de arrieros y
viajantes que se desplazaban por los pueblos de la provincia. Fruto de todo ese
esfuerzo fue que, con el paso del tiempo, pudieron arrendar tierras para cultivo y así dejar de trabajar para
otros.
El padre de Paco era un hombre más bien
bajo, de piel clara y con el pelo color rojizo. En Alozaina, pueblo muy dado a
poner motes o alias, bien pronto buscaron uno para él : “El Rubio de la Posá ”. A lo largo de los años, la familia
Santos-Rodríguez, y sus descendientes, son conocidos en el pueblo por ese
alias.
A mediados del siglo XIX, Alozaina vivió
una época muy próspera. Tenía cerca de 4000 habitantes y se editaba un
periódico, El Reformista Administrativo, que dirigía F. Martín de la Cruz. Contaba además con tres librerías y otros tantos
corresponsales del periódico y dos médicos. En el terreno industrial, existían
dos molinos de zumaque, nueve de aceite y seis de harina. La afición a la
música era tal que, aparte de la banda de música, se fundó un coro parroquial y
se hacían representaciones de zarzuelas[4]. A finales del siglo XIX, las 2400 fanegas de
tierras del término municipal de Alozaina pertenecían a la Duquesa de Montellano[5] y las restantes a los vecinos (parte de ellos tenían censo a favor de
la Duquesa ).
La administración de dichas tierras, al
parecer, fue otorgada a la familia Larios de Málaga y esta, a su vez, había
delegado en la familia Trujillo de Alozaina.
A los dos años de estar
en este pueblo, la familia Santos aumentó con el nacimiento de José. Era el
primer hijo que nacía en aquel pueblo, allá por el año 1924.
Poco después, en el año 1925, su familia se
trasladó a otra casa situada en la calle
Mesón (o calle Mesones), calle principal del pueblo, y que también estaba
dedicada a posada, pero mucho más grande que la primera. Esta casa también fue
arrendada a sus propietarios, hasta el año 1933 en la que por fin su padre la
pudo comprar.
Su niñez, como la de casi todos los de su
edad, fue la etapa más feliz de su vida. Los juegos compartidos con sus amigos
eran su principal distracción. El de la rueda, juego que consistía en rodar un
aro, preferentemente de hojalata, y que se sacaban de las bases de los cubos de
zinc que se utilizaban para el fregado y otros menesteres domésticos, mediante
un hierro en forma de bastón, con un gancho en uno de sus extremos y que se adhería
a dicho aro, era uno de sus preferidos. O el del escondite, que lo hacían
principalmente en la plaza del pueblo. Otros juegos de esa época eran los del
trompo, las canicas, el pilla-pilla y, por supuesto, al futbol, que lo hacían
con pelotas hechas de trapo. La verdad es que tampoco había mucha variedad de
juegos en aquella época, pero los que existían los niños los disfrutaban con
plenitud.
A los seis años, al igual que había
ocurrido con sus hermanos, Paco empezó a trabajar. Su primer empleo fue el de
porquero, es decir, el cuidado de los cerdos. Todas las mañanas se marchaba al
campo donde, en unas corraletas[6]
se encontraban los cerdos que debía de cuidar. Los sacaba de las corraletas
para que comieran y debía de estar pendiente de que ninguno de ellos se
extraviara en el espesor del campo. Ya
mayor, pasaría a otros trabajos como la siembra, el cultivo y,
mientras mayor se hacía, el trabajo
sería de más dureza y responsabilidad.
La familia aumentaba cada dos años aproximadamente, y cuando cada uno de
los hijos varones cumplía la edad adecuada, a cada uno de ellos se les
destinaban unas tareas, todas ellas relacionadas con el campo. A las mujeres se
les reservaban tareas domésticas, ayudando a su madre en la casa. De esa forma,
para el año de inicio de la guerra, año 1936, su familia ya contaba con dos
yuntas de mulos, una de vacas y otra de yeguas, además de sesenta fanegas de
tierras arrendadas para siembra, y quince de olivos[7].
Paco apenas si había ido al colegio, aunque
le había dado tiempo a aprender lo más elemental para la época: leer, escribir
y las cuatro reglas de aritmética. Lo normal, para los hijos de los obreros,
para los pobres. Solo las familias pudientes podían dar a sus hijos una
formación más completa. Eran ellos los que tenían en sus manos esa posibilidad.
El resto del pueblo, mientras más inculto, mejor.
No pudo realizar sus estudios en el único
colegio que había en Alozaina, cuya construcción comenzó el mismo año en que
Paco llegó al pueblo[8],
pero que se terminó varios años después.
La construcción de este colegio, más
conocido en el pueblo por “El GrupoEscolar” fue un empeño personal del
entonces alcalde, Antonio Sánchez Villatoro, que aprovechó la visita del rey
Alfonso XIII al vecino pueblo de Pizarra, en el año 1921, para solicitarle esta
obra tan importante para el pueblo.
Su juventud la pasaba entre los cerdos y el
campo, sin más fiestas que las que se celebraban, una vez al año en el pueblo,
o la celebración de la
Semana Santa , otra de las fiestas importantes del pueblo,
pero su asistencia a estas celebraciones no llevaba consigo el abandono de las
tareas encomendadas a cada uno de los componentes de la familia.
Aunque su vida se desarrollaba en trabajos
que hoy se catalogarían como impropios para su edad, eso era habitual en la España de los años treinta
entre la clase obrera. Paco vivía feliz porque, aunque eran trabajos duros, los
hacía en un buen ambiente, entre su familia, sin tener que trabajar para ningún
potentado de la localidad, cosa muy habitual, no solo en Alozaina, sino en toda
Andalucía.
Paco ya había conocido varias situaciones
políticas en España: la
Restauración , la dictadura de Miguel Primo de Rivera[9]
y la “Dictablanda” de Dámaso Berenguer.
En Alozaina, como en la mayoría de los
pueblos malagueños y andaluces, persistía el caciquismo y una serie de
acontecimientos se sucedían casi a diario, debido al descontento de la clase
obrera.
Se ha denominado, acertadamente, al caciquismo, o al
clientelismo en general, como "política en penumbra"[10]
y una prueba de ello es lo escasas que son las pistas para estudiar la historia
de los políticos malagueños que protagonizaron esta época y de los partidos
Liberal y Conservador, que monopolizaron el gobierno durante ella.
El paradigma de
la política caciquil durante la
Restauración en Málaga fue la familia Larios, perteneciente
al Partido Conservador
Su caso es el
de un cacicato basado en el poder económico, pues no en balde eran los mayores
contribuyentes de la provincia y probablemente los mayores también de toda
Andalucía [11].
Pero no fueron los únicos. La política antequerana no podría explicarse sin
Francisco Romero Robledo, desaparecido en 1905 dejando como heredero en la
comarca a Francisco Bergamín. José Estrada, también conservador, fue elegido
varias veces en Ronda y luego en la capital. Entre los liberales, destacan
Eduardo Ortega y Gasset en Coín, Armiñán en Archidona y Tenorio en Ronda.
La discusión
de las actas en el Congreso de los Diputados permite descubrir los distintos
métodos empleados por el sistema para garantizar unos resultados electorales
favorables al Gobierno de turno. Unas veces bastaban las influencias de los
candidatos entre los electores, otras se acudía a la compra del voto con dinero
o en especies. Cuando esto no era suficiente, podía recurrirse a la
manipulación del censo, a la introducción fraudulenta de papeletas en la urna,
o a la manipulación de las actas in situ o cuando estas viajaban desde los
pequeños pueblos a la cabecera del distrito electoral. Tampoco era extraño el
uso de la fuerza pública con fines electorales, o el envío de "delegados
gubernativos" por el Gobierno civil para condicionar a los electores.
Las fuentes ofrecen innumerables pruebas de
la compleja maraña de intereses que incidían en el sistema político y electoral
de la Restauración.
La Casa Larios, por ejemplo, utilizaba políticamente la
dependencia de los trabajadores empleados en sus ingenios azucareros en la
costa y la de sus arrendatarios en la Axarquía. Sin ser el único caso, es sin duda el
paradigma en la provincia de Málaga, y el centro de las denuncias de las
fuerzas de oposición liberal, republicana y obrera. José Aurelio Larios pudo
así permanecer 21 años como diputado por Torrox, y el partido conservador todo
el reinado de Alfonso XIII.
Había otros
escalones menores en la pirámide caciquil, que servían de intermediarios entre
los electores y los caciques del distrito o sus representantes. El diario
"El Popular" denunció alguno de estos casos, como los de Gaucín y
Cuevas del Becerro en 1905, o el de Alozaina en 1909. En este último, la
función correspondía al cura párroco, Antonio Trujillo Portales, y el resto de
la vida local se articulaba así: alcalde primero, cuñado del cura; primer
teniente de alcalde, tío del cura; tercer teniente de alcalde, hermano del
cura; secretario del Ayuntamiento, cuñado de una señora cuyos bienes administra
el cura; depositario de fondos municipales, sacristán del pueblo, uña y carne
del cura; recaudador de arbitrios, concuñado del cura; oficial primero del
Ayuntamiento, tío del cura; oficial segundo, hermano del sacristán; maestro de
instrucción pública, asesor del cura; médico titular, protegido del cura; juez
suplente, hermano del cura; fiscal municipal, concuñado del cura; alguaciles
del juzgado, sirvientes del cura.[12]
En Alozaina, la
representación del poder caciquil la ostentaba la familia Trujillo-Portales, y
más concretamente uno de sus hijos: Antonio Trujillo Portales, el cura del
pueblo, más conocido por “El Canónigo”. Este personaje logró que el rey Alfonso
XIII le nombrara, por decreto real del 15 de diciembre de 1914 Canónigo de Canarias,
tal y como se recoge en la edición 1ª del diario ABC de fecha 16 de diciembre
de 1914. Más tarde, el día 25 de julio de 1936 murió asesinado en la finca “¨La Majadilla ” de Alozaina.[13]
Uno de los acontecimientos más sonados años atrás, precedente de una larga lista de los ocurridos en
Alozaina, y que demostraban las luchas
caciquíles por el poder en el pueblo, fue la muerte de Rosario González Dueñas “La de Arbolá”, y en
la que ya se notaba la mano del
“Canónigo” en su lucha por el poder.
En
1902, en Alozaina a la altura de Los Hoyos de los Peñones, fue tiroteada, una
vecina del pueblo llamada Rosario González Dueñas, esta mujer era hija del
cosario del pueblo y como tal participaba del negocio familiar, así mismo era
la esposa del Municipal de la época. Rosario fue tiroteada el 4 de abril de 1902
y murió el 17 del mismo mes.
En aquella época, en Alozaina se vivía una situación económica dramática, (paro, hambruna y marginación), todo esto iba aparejada de una gran crisis política. En Alozaina, existían dos partidos: el Conservador y el Liberal. Estos partidos estaban controlados por los caciques del pueblo y respaldados por el Canónigo de Santa Ana, Antonio Trujillo. Con la crisis, la situación política cambió radicalmente, se alteraron los esquemas políticos tradicionales y en las elecciones municipales de 1900, resultó ganadora una candidatura no controlada por el caciquismo. La candidatura ganadora estaba escorada a la izquierda liberal y fue nombrado alcalde Francisco Rueda Trujillo. Viendo los caciques que no podían controlar el Ayuntamiento, pasaron a la acción, para abortar a la nueva corporación municipal. Las familias pudientes financiaron y crearon malestar social contra el alcalde: había que derribarlo a toda costa. El Ayuntamiento fue bloqueado por los poderes provinciales y no recibía dotaciones económicas. Falto de recursos, subieron los impuestos, con paro, hambruna y marginación se produjo un Motín de "vecinos" los cuales incendiaron Las Casillas, (lugar del voto).El gobernador mando a
El gobernador, que, por supuesto, estaba con los caciques, plantea una comisión gestora que gobernara el pueblo, comisión compuesta por acólitos del caciquismo etc. Una partida de 20 "vecinos" del pueblo armada con pistolas, carabinas y mosquetones se apostaron en Los Hoyos de Los Peñones para matar al acalde, este de viaje a Málaga y por lo cual a su vuelta le darían muerte.
Rosario que había apoyado activamente, la candidatura ganadora, salió con un mozo para avisar al alcalde del atentado, el alcalde retrasó la vuelta al pueblo y los apostados esperaban y viendo que el alcalde no aparecía, ojearon a lo lejos que Rosario se aproximaba montada en una cabalgadura, dispusieron matar a Rosario, esta fue abatida entre treinta y cuarenta disparos y más tarde la golpearon a culatazos dejándola por muerta, alguien aviso a
Rosario era una mujer muy adelantada para el tiempo que le tocó vivir, participó activamente con la candidatura, al ser una mujer popular y con dos ovarios bien puestos defendió la legalidad institucional, por lo cual dio su vida, mujer adelantada, porque, lamentablemente, a las mujeres se las apartaba de toda acción política y social, mujer heroica porque tuvo las agallas bien puestas al enfrentarse a una partida de 20 hombres. Rosario era conocida en el pueblo por Rosario "
El juicio por esta muerte, es de los más largos de la historia de
Alozaina, como
se puede ver, no se libraba del caciquismo asentado en toda Andalucía. Unos
pocos eran los dueños de las tierras y el resto, hundido en la miseria.
Se comenta que
por aquellas fechas, unos cuantos de esos caciques, por las mañanas, se
sentaban en una de las mesas de un bar, situado en la plaza del pueblo, con su
café y su copa de licor frente a ellos. Los jornaleros esperaban en la plaza a
que, alguno de ellos, les diera trabajo ese día. Si alguno de ellos se dignaba
ofrecerles trabajo, ese día en su casa habría comida. Si no, deberían pasarlo
prácticamente en ayunas y esperar a que el día siguiente fuera más propicio y
tuvieran más fortuna.
Muchas fueron
las huelgas que durante los años treinta se produjeron en Alozaina, fruto del
caciquismo férreo, la falta de trabajo y los impagos acumulados por parte de
los pocos que dominaban el pueblo.
Son innumerables las reseñas periodísticas
sobre el tema, convirtiéndose este pueblo en un referente de la lucha obrera,
no solo en la provincia de Málaga, sino en toda Andalucía. Así, por ejemplo, el
diario ABC, en su edición del miércoles 27 de enero de 1932, recoge dos
noticias sobre lo que estaba ocurriendo en Alozaina. En una de ellas se refiere
a la huelga general que se registraba en Málaga, y relata la conversación del
gobernador que, en tono jocoso, manifestaba: Que unos doscientos vecinos de
la localidad de Alozaina, perteneciente al partido judicial de Lora (quiere
decir Álora), pasaron la noche del domingo esperando que el faro del puerto de
Málaga dejase de alumbrar, pues esa sería la señal del triunfo de la revolución
que aguardaban para proceder ellos al reparto de tierras y mujeres.
La realidad de
los hechos, silenciados por el gobierno y la prensa, fue que el pueblo de
Alozaina, desesperado ante la miseria que estaba padeciendo, esperaba una señal
a través del faro de Málaga, de los que se habían desplazado a la capital, para
proceder a proclamar la “República comunista de Alozaina”. La fatalidad, o la
suerte, hicieron que aquella noche el
cielo de Alozaina estuviera cubierto impidiendo una visibilidad clara de la
capital, y por tanto no se produjo dicha proclamación.
Otro de los acontecimientos que convulsionó
la vida de Alozaina fue el relevo en la alcaldía en el año 1934. Así lo recogía
el diario La Vanguardia
el 14 de julio de 1934:
La entrega del Ayuntamiento a la Comisión gestora ante el delegado gubernativo se
efectuó con toda normalidad y sin que hubiera el menor incidente. La diafanidad
de la administración ha sido extraordinaria y el pueblo tiene que reconocerlo y
proclamarlo. Al hacerse cargo el alcalde, señor Rubio, exclamó:
¿'Entonces, yo ya soy alcalde? Al contestarle afirmativamente, el
delegado repitió: Bueno, entonces, tú, Francisco Díaz, y tú Juan González,
quedáis cesantes. No volváis a aparecer por esta Casa. Y usted —-agregó,
dirigiéndose al secretario—también lo está. Entréguenme las llaves de la Secretaria , el arma que
lleva y la credencial. El secretario se negó, alegando que era funcionario
administrativo y no se podía destituir
sin expediente, y dijo que las llaves no las entregaba porque él era
responsable de la
Secretaría. El incidente terminó con la intervención de otras personas. La
esposa del secretario refiere que al día siguiente dé tomar posesión la Gestora se celebró una
sesión extraordinaria y que el presidente de la Comisión comunicó que el
señor Luna había cesado como secretario.' Pidió que le entregara las llaves de la Secretaría. El
secretario protestó, diciendo que era un atropello, y pidiendo se levantara
acta notarial.Los otros pretendieron obligarle violentamente, y el señor Luna
sacó una pistola y disparó después. Tras el secretario—continúa la esposa de
este—salió Francisco Gutiérrez, uno de los gestores, quien disparó e hirió a Luna
en el vientre. Momentos después, José Trujillo disparó sobre la esposa de Luna
y no hizo blanco.
El alcalde destituido acusa como único responsable de todo lo ocurrido
al canónigo señor Trujillo, que ha sido, y parece quiere seguir siendo, cacique
de Alozaina[15].
Aquí se notaba, una vez más, la mano del caciquismo pechero, en la
figura del cura del pueblo, Antonio Trujillo Portales.
Pero también
existían cosas buenas. Por ejemplo, Alozaina era la única población malagueña
que contaba con una banda de música, la cual amenizaba las ferias de ganado que
se celebraban en la localidad, una de las más importantes de la provincia, y
durante la Semana Santa.
El segundo director fue Andrés Rivas de la Torre. Un acta del Pleno
del Ayuntamiento nombra a Andrés como director de la Banda de Música (28-8-1907).
El tercer director fue Diego Aguilar Gil. Entre 1915 y 1920, no se sabe
exactamente, se hace cargo de la dirección. Tras la marcha de Diego, le sucede
en la dirección su primo José Aguilar González (Pepito Roque) que tenía grandes
cualidades musicales. Durante su etapa, la Banda llegó a tener un excelente plantel de
músicos
Tras la marcha de Pepito Roque a Málaga se
hace cargo de la Banda
su primo Juan Aguilar González (1900-1976), hijo de Juan Aguilar Rojas. Esto
ocurría hacia el año 1935. En 1944, Juan Aguilar decide abandonar la dirección
de la Banda y
la música, retirándose a su oficio de zapatero.
Cuando
se retira Juan Aguilar, vuelve como director José Roque, como le llamábamos
todos los que le conocimos. Debido a su experiencia anterior, José Roque tomará
la batuta con decisión y arrastrará tras de sí a mayores y jóvenes que
aprenderán de su mano las notas musicales.[16]
Con el tiempo,
Paco entraría a formar parte de la familia del director de la banda de música
de Alozaina, José Aguilar, al casarse con una de sus hijas: Isabel Aguilar
Campos.
Otro de los
acontecimientos muy celebrados a lo largo de los años, era la Semana Santa. En
contraste con el laicismo de una gran mayoría del pueblo, esta festividad
estaba muy arraigada. Varias eran las hermandades creadas a través de los
siglos, y que hacían que esta fuera una de las más populares de la comarca.
Una de las
características era la representación de los Apóstoles que acompañaban a las
distintas procesiones, la que se hacía con gente del pueblo las cuales cubrían
su rostro con caretas dibujadas con los rostros de cada uno de ellos.
Cuando contaba
apenas 12 años, en España se produjo un hecho histórico: al ganar en la mayoría
de las capitales de provincias los republicanos en las elecciones del 12 de
abril de 1931, el día 14 se proclamó la II República, propiciando la salida de
España del monarca Alfonso XIII.
Tomó el poder
un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá-Zamora desde el 14 de abril hasta el 14 de octubre de 1931, fecha en que
presentó su dimisión por su oposición al laicismo del Estado, recogido en el
artículo 26 de la nueva Constitución, siendo sustituido por Manuel
Azaña. El 10 de diciembre de 1931 fue elegido
Presidente de la II
República Española Niceto Alcalá-Zamora.
Por esas fechas España contaba con 24 millones de
habitantes, con la mitad de la población
analfabeta en donde 20000 personas eran dueñas de la casi totalidad de la
tierra cultivable, el pueblo albergaba el germen de la "justicia
social". El campesinado estaba sumergido bajo el yugo de arrendamientos
leoninos. En la granja de España, como se denominaba a la zona de Valencia, un campesino
solo disponía de la 20.ª parte de su cosecha para su usufructo, el resto era
para el propietario de las tierras. Su vida transcurría en una mísera choza y
los elementos de labranza debían ser comprados a precios
exorbitantes. Sin ningún derecho, su esclavitud era
secular[17].
En los cortijos de Andalucía, el régimen era de una situación casi feudal. Los
terratenientes dormían el sueño de los justos mientras sus fundos producían con
el trabajo de los campesinos.
Cumplidos los 15 años de
edad, Paco ya sentía, además de las inquietudes propias de cualquier muchacho
de su edad, una especial sensibilidad para con los más débiles. Creía en la
solidaridad, en la libertad de las personas, y no comprendía la actitud de los
ricos del pueblo para con los más necesitados. Esto le hizo afiliarse a las
Juventudes Libertarias de
la C.N .T. y que,
en la calle La Villa
tenían su lugar de reunión.
Aquello, muchas veces, les servía a los jóvenes de lugar de encuentro y
esparcimiento, ya que no existían lugares donde hacerlos.
El sindicato CNT se constituyó en Alozaina en
1931. La primera Junta Directiva estaba formada por: Bartolomé Sedeño García
(presidencia), Santiago Trujillo Martín (vicepresidente), Pedro Carrasco
Navarro (tesorero), Francisco Sánchez Trujillo, Juan Sepúlveda Rueda, Salvador
Rueda Trujillo, Salvador Merino Rivas (bibliotecario). Vocales: Francisco
Vicario Sánchez, Miguel Sepúlveda Portales, José Gil Urquisa, Francisco Méndez
Campos, Francisco Méndez González, Andrés Campos Rueda, Francisco Guerrero
Rueda, Antonio Benítez Aguilar, Gabriel Bermúdez, Francisco Navarro Méndez,
Miguel Guerrero Sepúlveda, Juan Gil Urquiza. En Marzo de 1936, se traslada el
sindicato a C/ Mesones nº 33, siendo
presidente José Díaz.
Las comandancias de la Guardia Civil
informaban periódicamente de la existencia de las sociedades obreras, del
número de afiliados, de las personas más destacadas, de si están o no en
funcionamiento los locales, y de los problemas de orden público, y delincuencia
que podía haber.
Esto era indicativo de la situación
laboral, social y política que existía en Andalucía, y en particular en la
provincia de Málaga.
Esta conflictividad surgía porque los
patrones se negaban a dar trabajo. No aceptaban las bases de trabajo y
obligaban a tomar medidas a las organizaciones obreras, ya que la huelga era la
única arma de que disponían, para no morir de hambre y de necesidades.
En Alozaina, el sindicato único de
trabajadores y oficios varios de la
CNT contaba con 200 afiliados y tenía el local clausurado
según informa el sargento de la guardia civil el 30 de diciembre de 1935.
El puesto de la guardia civil de Alozaina
había comunicado en un informe del 3 de noviembre de 1935, que existían tres
sociedades: la defensa de trabajo de UGT, con 52 afiliados, y presidente José
Pérez González. La juventud socialista con 16 afiliados, al que pertenecía Paco,
y cuyo presidente era Fernando Pérez. El sindicato único de trabajadores de la CNT , con 314 afiliados, siendo
presidente José Díaz Pérez; Merino Rivas (secretario) y Andrés Campos Rivas
(tesorero).[18]
En febrero de 1936, la CNT de Alozaina se reorganizó,
después de la clausura de su local, entrando a formar parte de su comité el
militante Antonio Guerrero Sepúlveda “Conejito” quien realizó un buen trabajo
organizativo, no solo en Alozaina, sino en toda la comarca y que posteriormente
sería un miembro destacado en la lucha contra las tropas franquistas.
“La guerra nunca es gloriosa, no es nunca una
aventura.
La guerra tiene verdaderamente el sabor del
infierno.”
El día 18 de Julio de 1936, año del
inicio de la guerra, Paco contaba con diecisiete años y ya habían nacido cinco hermanos más: Ana,
Juan, Manuel, Rafael y Miguel. Se había convertido en un verdadero hombre, de
unos 1,65 metros
de estatura[19], de complexión
fuerte (debido al duro trabajo del campo), y de tez morena y pelos de color
negro.
Ese día se encontraba, junto a sus hermanos
mayores trabajando en una de las tierras arrendadas por la familia, denominadas
"El Castillito". Estas tierras se encuentran en la zona denominada
"Los Valles", tierras muy buenas, junto a un río, y que su padre las
había sembrado de garrotes de olivos. Su nombre se debe a que, al parecer, en
aquel lugar había existido un castillo árabe.
Su padre, ese día, se había quedado en el
pueblo para hacer algunas gestiones. Por aquella época no estaba bien visto el
que los hijos fumaran delante de sus padres. Aquel día, el hecho de que su
padre no estuviera en el campo, les daba un plus de confianza a la hora de fumar, sabiendo
que nadie les iban a regañar. En uno de los descansos que realizaron los
hermanos para consumir unos pitillos, mientras daban descanso a sus cuerpos de
la dura labor del campo, avistaron la figura del padre que se acercaba al
lugar.
Traía un andar distinto a
la de otros días, titubeante y cansino. En su cara se podía apreciar la
tragedia. Adivinaron, al momento, que se había creado una situación distinta,
peligrosa, tal vez.
Los reunió a todos, y les
dijo:
- “Hijos míos, todos los esfuerzos por tener
una vida digna, para evitar pasar hambre, para que todos tengáis un futuro
asegurado, han fracasado. Lo que acaba de ocurrir es lo peor que os podéis
imaginar”.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus
mejillas.
-“Siempre he querido - continuó - que
llegaseis a tener la edad suficiente para valeros por vosotros mismos, pero
ahora quisiera que fueseis niños pequeños. Ha empezado una guerra que,
posiblemente, nos traiga muchas desgracias. Que Dios os bendiga a todos”.-
Las lágrimas surcaban sus mejillas tostadas
por el sol y endurecidas por el aire. Paco vio como su padre lloraba. Nunca
había pensado que un hombre pudiera llorar de la forma en la que él lo hacía.
Quedaron atónitos, intentando descifrar el
significado de aquellas palabras, de aquellas lágrimas, de aquella actitud del
padre. Los hermanos más mayores que Paco asimilaron rápidamente la noticia.
Parecía como si lo supieran antes que su
padre.
Comenzaron a recoger los aparejos, en
silencio, y dieron por finalizada la jornada en el campo. Se encaminaron hacia
el pueblo, haciendo una parada, como a diario, en la fuente “El Arbal”[20],
situada a la entrada del pueblo, para que las caballerizas bebieran. Ya en el
pueblo el ambiente era distinto al de otros días. La gente andaba con prisas,
apenas si se paraban, y solo lo hacían para comentar lo que acababa de ocurrir.
Entonces, Paco empezó a comprender algo el alcance de las palabras de su
padre, comprendió que algo gordo estaba ocurriendo. La gente se arremolinaba ante los escasos
aparatos de radio que existían en el pueblo. Las emisoras solo transmitían
marchas militares cortadas, de cuando en cuando, por comunicados anunciando el
inicio de la guerra.
Ese mismo día, el general Francisco Franco
firmaba el parte de declaración del estado de guerra en España:
BANDO DE DECLARACIÓN DEL ESTADO DE GUERRA EN MARRUECOS.
Don Francisco Franco Bahamonde, General de División,
Jefe Superior de las Fuerzas Militares de Marruecos y Alto Comisario.
HAGO SABER:
Una vez más el Ejército, unido
a las demás fuerzas de la
Nación , se ha visto obligado a recoger el anhelo de la gran
mayoría de los españoles que veían con amargura infinita desaparecer lo que a
todos puede unirnos en un ideal común: España.
Se trata de restablecer el imperio del
orden dentro de la República ,
no solamente en sus apariencias o signos exteriores, sino también en su misma
esencia; para ello precisa obrar con justicia, que no repara en clases ni
categorías sociales, a la que ni se halaga ni se persigue, cesando de estar
dividido el país en dos grupos: el de los que disfrutan del poder y el de los
que eran atropellados en sus derechos, aun tratándose de leyes hechas por los
mismos que las vulneraron; la conducta de cada uno guiará la conducta que con
relación a él seguirá la autoridad, otro elemento desaparecido de nuestra
Nación y que es indispensable en toda colectividad humana, tanto si es en
régimen democrático, como si es en régimen soviético, en donde llegará a su
máximo rigor. El restablecimiento de este principio de autoridad, olvidado en
los últimos años, exige inexcusablemente que los castigos sean ejemplares, por
la seriedad con que se impondrá y la rapidez con que se llevarán a cabo sin
titubeos ni vacilaciones.
Por lo que afecta al elemento obrero, queda
garantizada la libertad de trabajo, no admitiéndose coacciones ni de una parte
ni de otra. Las aspiraciones de
patronos y obreros serán estudiadas con la mayor justicia posible, en un plan
de cooperación, confiando en la sensatez de los últimos y en la caridad de los
primeros, hermanándose con la razón, la justicia y el patriotismo, sabrán
conducir las luchas sociales en un terreno de comprensión, con beneficio para
todos y para el país. El que voluntariamente se niegue a cooperar o dificulte
la consecución de estos fines será el que primero y principalmente sufrirá las
consecuencias.
Para
llevar a cabo la labor anunciada rápidamente,
ORDENO
Y MANDO:
Artículo
1º.- Queda declarado el estado de guerra en todo el territorio de Marruecos
Español y, como primera consecuencia, militarizadas todas las fuerzas armadas,
sea cualquiera la autoridad de quien dependían anteriormente, con los deberes y
atribuciones que competen a las del Ejército y sujetas igualmente al Código de
Justicia Militar.
(Leído en Melilla, el 17 de julio de 1936, al
iniciarse el Movimiento Nacional)
Desde ese momento, España quedó dividida en
dos partes: la republicana, fiel al orden institucional, y la rebelde,esta de
carácter fascista, propiciada por un golpe de estado. Estas dos zonas, más
tarde, y por parte de los rebeldes, fueron bautizadas con los nombres de Roja" y "Nacional", respectivamente.
Comenzaron las movilizaciones en toda
España. En el aire, a través de las emisoras de radio; en los diarios; pintadas
en las paredes, en todos los lugares públicos, se alentaba a unirse a la lucha
armada en defensa de uno u otro lado.
- ¡Españoles! ¡Hombres y mujeres! ¡La República os necesita, España no debe caer en manos del fascismo internacional! ¡No solo está en
peligro España, sino vuestra propia libertad! ¿Alistaos al ejército
republicano!
- ¡Españoles, la Patria os necesita! ¡La República se tambalea
para dar paso al Comunismo! ¡Viva Franco! ¡Arriba España!
Comunicados de este tipo se podían leer y
escuchar por todos los rincones de España, y se repetían hasta la saciedad.
Los hombres se mataban, no solo en los
campos de batalla, sino en las ciudades, en los pueblos, en cualquier lugar.
Los intereses particulares afloraban. Morían hombres, mujeres y niños. Familias
enteras morían por venganzas personales. Los temidos "paseíllos" se
sucedían constantemente.
El "paseíllo" era un método
utilizado en la retaguardia para eliminar con urgencia al enemigo no
combatiente. Podía tratarse de un fusilamiento informal o, simplemente, de
disparos a quemarropa. El odio se puso a la cabeza de los intereses que habían
llevado a España a una guerra fraticida.
Los saqueos a las casas y personas, así
como las amenazas, eran objetivos prioritarios.
La familia de Paco no podía ser menos. Con
el transcurso de la contienda, le fue requisada una hermosa y valiosa
caballería, así como las cosechas, conseguidas con el sudor de todos ellos
durante tantos años. Nadie se podía oponer a tales decisiones. No obstante, tal
vez porque su familia, que se llevaba bien con todo el pueblo, fuera procedente
de otra ciudad, y el no tener ningún otro familiar allí, hicieron que jamás se
sintieran amenazados o coaccionados por ninguna persona, fuese y defendiese a
cualquiera de los dos bandos en los que se dividió toda España.
A pesar de la guerra, la vida debía seguir, el
trabajo había que sacarlo adelante, y debían acudir a diario a los campos,
fuente principal de sus
recursos. Paco pasaba largas horas tratando de dar una salida a su situación
personal. En él, se enfrentaban dos ideas: la de ofrecerse voluntario para luchar
a favor de la República ,
en defensa de lo que él creía justo, o la de quedarse en el pueblo, trabajando
en el campo, y dejar pasar la vida. La decisión que tomó le marcaría para el
resto de su vida, cambiándole radicalmente el camino que tenía trazado.
Pronto, comprendió que esta nueva situación
que se había producido en el país no ayudaría mucho a solucionar los problemas
que se daban en España.
Paco tenía en Simón Campos “El Menuíto” a
un buen amigo. Ambos pretendían a dos hermanas del pueblo: María y Natividad
Navarro, las de “Tomasena” como eran conocidas en el pueblo. Simón, además,
tenía las mismas inquietudes políticas que él y era compañero afiliado a la CNT. Natividad
(Nati) era su primer amor, el amor de juventud, era “su novia”.
Después de mucho reflexionar sobre el
asunto, y junto a Miguel Navarro y Juan “El de Filomena”, junto a otros
compañeros más, tomaron lo que sería la decisión más importante de sus vidas:
alistarse en las milicias populares.
Así se lo hizo saber a Nati la
cuál intentó, en vano, convencerle para que se quedara en el pueblo, para que
abandonara lo que ella creía una idea descabellada, pero que él lo consideraba
un deber. Nati no lo consiguió. En la cabeza de Paco estaba muy clara cuál
debería ser su aportación en la defensa de sus ideales.
Para poder alistarse, deberían trasladarse a
Málaga, ya que en el pueblo, debido a la condición de menores de edad, no les dejarían alistarse.[21]
El día 20 de Agosto
decidieron marcharse hacia la capital para alistarse en el ejército y poder
luchar contra los que querían destruir sus perspectivas de futuro.
Lo que durante toda su vida había vivido en
su entorno familiar, la comprensión, la tolerancia, la lucha por la dignidad
humana, estaban en peligro, y él, con esa decisión, quería que esas máximas
persistieran.
La carretera que unía Alozaina con Málaga,
la capital, aparecía desierta. Las fantasmagóricas sombras de los árboles se
proyectaban sobre los guijarros amalgamados que formaban el piso de la misma.
Cuatro jóvenes dispuestos a luchar se encaminaban hacia un destino incierto.
Todos aquellos jóvenes se lanzaban a la aventura sin más valijas que lo que
llevaban puesto. Un poco de dinero para poder sobrevivir mientras se alistaban.
Y mucha ilusión.
No llevaban más de cuatro kilómetros,
cuando divisaron una camioneta que se acercaba, en su mismo sentido, hacia
ellos. Esta detuvo su marcha cuando se encontraba junto a ellos.
-¿Para dónde vais? – preguntó su conductor.
Inmediatamente los jóvenes reconocieron a
su interlocutor: Miguel “El Tuerto”, vecino también de Alozaina.
-Vamos para Málaga – contestaron. - ¿Nos
puedes llevar? – preguntó uno de ellos.
-Claro que sí. Subid al cajón.
Subieron rápidamente a la parte trasera del
camión y se sentaron, en un rincón, sobre el piso de madera del cajón del
camión.
Se sintieron más seguros conforme se
alejaban de Alozaina y se aproximaban a su lugar de destino. No tenían miedo a
la lucha, para eso se dirigían hacia la capital, pero sí a sus padres que, en cualquier momento, podían aparecer y
convencerlos para que volvieran al pueblo y desistieran de sus
pretensiones.
Podrían pensar que aquello era una
“chiquillada” y que deberían volver al seno familiar. Nada más lejos de la
realidad. Habían madurado la idea durante bastante tiempo y no darían un paso
atrás.
Nada más llegar a Málaga, se personaron en
los cuarteles, en los lugares de reclutamiento; anduvieron media ciudad en
busca de un lugar donde admitieran sus solicitudes de alistamiento. Pero en
todos los sitios a los que acudían les decían lo mismo: "no tenemos
armas".
-¡No se lo podían creer!
Habían dejado atrás unas familias, novias,
amigos, un trabajo que realizar, para poder alistarse, y ahora no encontraban
un lugar donde poder hacerlo. La gente hacía colas deseosas de luchar, y
solamente, cuando se producían bajas, se podía acceder a una plaza en el
frente. La falta de armamento era la causa principal por lo que no se podía
reclutar a más gente.
Todos querían luchar. Todos querían
defender la libertad, y la legalidad vigente, pero seguía subsistiendo el
problema: No había armas.
Decidieron separarse con la esperanza de
que, tal vez, de esa forma pudieran encontrar mejor un lugar donde admitieran
sus solicitudes de alistamiento. Una baja, tal vez; una remesa de armas…
cualquier cosa podía ser válida para ir a luchar al frente.
Paco llevaba ya cinco días buscando. Cinco
días eternos en los que, los pensamientos de fracaso de la primera decisión
seria que emprendía por sí solo, aparecían continuamente en su mente
Cinco eternos días, sin apenas dormir, con
la esperanza de encontrar un hueco donde poder alistarse. Otra de las dudas que
le embargaban era el de la edad. Paco era menor de edad, pero un cuerpo y unas
facciones que, curtidas por el trabajo del campo, le hacían concebir la
esperanza de que nadie se diera cuenta de ello.
Estaba casi a punto de abandonar su
aventura y regresar al pueblo, cuando en una de las calles de Málaga se
encontró con un paisano suyo, Miguel
Guerrero Sepúlveda[22]
alias “Conejito”. El era uno de los encargados de reclutar a milicianos, ya que
pertenecía a la ejecutiva de la
CNT en Alozaina por lo que, su encuentro, le pareció a Paco
un milagro. Miguel había formado, como muchos de los delegados de la CNT , un grupo de diez hombres,
a los que había abastecido de armas suficientes para la lucha, y se disponían a
trasladarse al frente, en la zona de Granada.
-¿Qué
haces tú aquí? - le preguntó.
- He
venido a alistarme para poder luchar, pero no encuentro a nadie que me avale -
le respondió. – ¿Cómo es posible que no haya armas para luchar? - preguntó.
- La cosa está mal. Es verdad que apenas si
hay armas –prosiguió Miguel-, pero, pronto, tendremos
armas suficientes para todos -
Era su
última oportunidad, y ni siquiera su paisano le iba a ayudar. En su rostro se
dibujó la desilusión y el fracaso.
- ¿Tú
quieres, de verdad, luchar? – preguntó Miguel, viendo la frustración que Paco
sentía.
- ¿A qué
te crees que he venido a Málaga? – respondió-. Lo he dejado todo por la lucha, y
ahora me tengo que volver al pueblo por culpa de la escasez de armas.
- No te
preocupes – le dijo -. Paco "Lajare"[23],
que formaba parte de mi grupo, está enfermo y, por ahora, no puede venir. Si
quieres, puedes ocupar su lugar.
A Paco se le cambió la cara. Su semblante
cambió radicalmente cuando Miguel le dijo que él podía ocupar dicha vacante.
-Por supuesto que quiero – respondió con
una sonrisa.
Por fin lo había conseguido. Por fin
lucharía junto a sus compañeros en defensa de sus ideales. Por fin sus sueños
empezaban a tomar cuerpo, se enfrentaría a los que querían destruir sus sueños
de libertad, cara a cara; de hombre a hombre.
Inmediatamente se trasladaron a uno de los
cuarteles de la capital malagueña, donde formalizaron el alistamiento. Todos
sus miedos anteriores quedaron entonces disipados.
[1] 23 Diciembre 1949 el Pleno de las Cortes del Reino
presentaba el Presupuesto del Estado para el año 1950.
[6] Corral
pequeño adicionado al caserío o aislado en el campo, que se destina a guardar
enseres, útiles, etc.
[7] Según el marco de Castilla, una fanega de tierra equivale a 6459,6 metros cuadrados, aunque también es muy variable según los lugares.
[20] El Nacimiento de El Albar y su conducción hasta la fuente
del mismo nombre a través de un acueducto que circulaba por el camino de
Castejón o de Alozaina al Albar, son obras hidráulicas que completan el
conjunto de Los Peñones, un complejo arqueológico de extraordinaria
importancia, que da muestra de un asentamiento humano mediante una extensa
necrópolis de tumbas excavadas en la roca y un lugar de culto asímismo excavado
en la roca. Fuente: sierradelasnieves.com
[21] La mayoría de edad estaba establecida en los 21 años, y
en los 23 años para ejercer el sufragio universal (poder votar).
[22] Miguel Guerrero Sepúlveda, alias “Conejo de Alozaina”,
era miembro de la CNT
y fue uno de los organizadores de SOV. Fue miembro de la Comisión de Cultura y la
propaganda que organizó la CNT
en los pueblos vecinos. En el 1936 fue miembro de la ejecutiva de la CNT en su pueblo. Fue
capturado en Valencia a finales de la guerra e ingresado en un campo de
concentración de Alicante, de donde logró escapar. Se fugó hacia Tanger y de
ahí pasó a Casablanca. Miguel Guerrero pasó a Francia y se instaló en Jordani.
Murió en Lyón el 4 de marzo de 1965. Fuente: “Los de la Sierra” en francés.