Pregón
Semana Santa
Guaro 2019
Jesús y los niños, Carl Vogel
Dejen que los niños vengan a mí
Marcos 10, 14
Rvdo. José Amalio, presidente y hermana mayor
de la hermandad, Sr. alcalde, hermano mayor de la hermandad de San Isidro, hermanas
y hermanos, Ayuntamiento, asociaciones, paisanos, visitantes, amigos y
conocidos.
Mis primeras palabras tienen que ser de
agradecimiento a la Hermandad, y muy especialmente a su hermana mayor, Ana Ruiz,
por ofrecerme este honor de ser el pregonero de nuestra Semana Santa.
Como le dije el día que me lo comunicó, es
para mí una responsabilidad y una gran satisfacción.
Gracias Ana. Espero no defraudar.
Otra Semana Santa más. Otro año con su Semana
Santa. Otra Semana Santa nos llama dentro de unos días. Otra Semana Santa igual
y al mismo tiempo diferente, como siempre, a otras Semanas Santas.
Viviremos la de este año en nuestras
casas, en las calles y en la iglesia. Con la familia y los amigos, con los que
viven fuera y vuelven esta semana. Con los recién nacidos y con el recuerdo de los
que se han ido a la Semana Santa del Cielo.
Conocí la semana santa de Guaro siendo
novio de Maruchi. De su mano y con sus palabras, me empapé de tradiciones,
costumbres, usos y ambiente.
Para cuando nos casamos, ya había
conseguido que me enamorara de Guaro, de su gente y de su Semana Santa.
Mi cuñada Ana también puso y sigue
poniendo, su granito de arena. Y mi suegra Josefa me refería, contaba y
recordaba cientos de datos, lugares, anécdotas y costumbres, muchas de ellas
casi olvidadas.
Nada más llegar hice grandes amistades. Es
tan grande su cariño y amistad, y son tantos, que me es imposible nombrarlos.
Quiero representarlos a todos en nuestro
amigo José Gómez Villalba, que nos ha dejado hace unos días. Mi amigo Pepe, que le habría encantado
acompañarme hoy escuchando mi pregón; pero que estoy seguro que desde el Cielo,
junto a mi esposa Maruchi con la que tan bien se llevaba, nos ven, nos oyen y
cuidan de nosotros.
Gracias Guaro, porque entre todos habéis
conseguido que me sienta un guareño más, que hoy pueda hablar de la Semana
Santa de Guaro, como de mi Semana Santa y, como propia, sentirla y vivirla.
Viviremos la Semana Santa de este año y
volveremos a revivir otras Semanas Santas pasadas: nuestras Semanas Santas
juveniles e infantiles.
Dejen que los niños vengan a mí. Quien
no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.
Todos hemos entrado en la Semana Santa
guareña, como niños, desde muy muy niños.
Niñas y niños cuyo sentimiento dominante
era la Ilusión. Ilusión mezclada con colores, sabores, olores y sonidos.
Nuestra ilusión por la Semana Santa se nos
despertaba con el olor a azahar, el colorido de las primeras flores, el olor a
dulces caseros inundando las calles de Guaro, el repiqueteo del almirez
“mahando” la canela, con su olor prometiendo arroz con leche.
Impacientes esperábamos la larga semana
con las largas noches del setenario y la novena, palabras que pronto
aprendíamos que significan siete y nueve.
La iglesia iluminada (comparando la
iluminación actual, iluminada es un decir); las mujeres llenando los bancos
delanteros; los hombres, menos, en los traseros; los niños jugando detrás y los
más pequeños dando cabezadas, arrullados por las avemarías. Todos esperando la
canción que separaba cada misterio, con su machacón estribillo que se nos iba
quedando grabado:
Por tus dolores
Ten compasión.
Pide y alcanza
Nuestro perdón.
Música:
Estribillo del Setenario
El Domingo de Ramos, vestidos de domingo y
repeinados, con una rama de olivo en la mano, formábamos dos filas, los niños
delante, las niñas detrás, vigilados por el maestro y la maestra muy serios,
para que no los “dejásemos en mal lugar”
con alguna de nuestras travesuras.
A partir de ese momento, los recuerdos se
entremezclan, el potaje de garbanzos, los mayores construyendo el Monumento,
las tortillas de bacalao, vestir a los santos (un gran misterio que los menores
teníamos vedado), recorrer las calles
haciendo sonar la matraca para anunciar la misa (Dios está muerto, se nos
decía, y no se puede tocar las campanas: ¡Ni se os ocurra formar jaleo!), el
arroz con leche, una misa larguísima que finalizaba con el cura subiendo por la
escalinata del Monumento, el olor a incienso, los varales del trono adornados
con pañuelos, media misa que duraba como
misa y media y otra misa donde a las doce de la noche repicaban las campanas. Soñando
con hacernos mayores. Las niñas para asistir solas sin sus madres, los niños
con subir a la torre a “darle vueltas a
las campanas”.
Y, entremedio, las procesiones, sin
recordar del año anterior cuando era cada una; pero “metiéndonos” en todas, por
las calles medio a oscuras del Guaro de la época.
Las mujeres en dos filas delante del
trono, vestidas de oscuro, con velillo y una vela en la mano.
Rezando y cantando. Algunas veces
canciones en latín de las que nos gustaba la música, aunque no entendíamos
nada.
Los hombres detrás, hablando bajito de sus
cosas, y los niños correteando junto a los músicos.
Dejamos de ser niños pequeños para ser
niños grandes y entonces ayudábamos con
los haces de olivo para el Domingo de Ramos.
En la novena y el setenario intentábamos contar
las avemarías con los dedos, sin conseguirlo perdiendo siempre la cuenta, esperando
las canciones para memorizar las letras, diferentes para cada misterio, y entonando, sin darnos cuenta, el estribillo:
Por tus dolores
Ten compasión.
Pide y alcanza
Nuestro perdón.
Música:
Estribillo del Setenario
En el Monumento, movíamos bancas,
arrimábamos tablas, buscábamos el martillo siempre perdido o nos mandaban por
clavos, flores, alfileres...
Algunos misterios se desvelaban: la Virgen
y el Nazareno cambiaban de aspecto y vestuario. Nos parecían otras imágenes
distintas de un día para otro.
Los niños subíamos a la torre a aprender a
voltear las campanas. Cuando al fin le dábamos vueltas a la campana gorda…
éramos mayores. En la Semana Santa siguiente nos dejarían atar nuestro pañuelo
en algún trono. Esa era la tradicional forma de reservar un sitio bajo los
varales. Nuestro pañuelo nos aseguraba
el lugar donde “meter el hombro” y llevar a nuestras imágenes por las
calles.
Y las niñas irían solas con sus amigas en
la procesión, sin la vigilancia, o eso creíamos, de nuestros padres. Reuniéndose
de casa en casa antes de ir a la iglesia y escoger sitio en la fila.
Y comprendíamos mejor el Viernes Santo, ese día “raro” en el que no
podíamos formar ruido, gritar ni correr. Los hombres se quedaban en las casas
porque las tabernas, aún no eran bares, estaban cerradas, lo mismo que el cine.
En la radio solo se oía una música extraña
y triste, no el flamenco o las coplas del resto del año. Una música que
inundaba Guaro de melancolía y silencio en las conversaciones.
Música sacra la llamaban.
Música:
¡Oh Señor, envía tu Espíritu!
Poco a poco, Semana Santa tras Semana
Santa, dejamos de ser niños y nos convertimos en mayores.
Ahora otros niños han tomado el relevo, y
se harán mayores con la Semana Santa en sus genes, como se dice ahora, porque
nosotros aún no sabíamos de genes, por eso la llevamos en la sangre.
Y por llevarla en la sangre, este año la
viviremos igual, con algunas diferencias personales, como ha ocurrido siempre.
Sin extrañarnos que nos asalten recuerdos,
vivencias y nostalgias infantiles.
Volveremos a visitar y a rezar ante el Monumento.
Nuestro Monumento, con sus calas blancas,
su seña de identidad que lo hace tan diferente al resto de monumentos. Los
lirios de agua que las guareñas y guareños cultivamos con mimo y amor, para
adornar y hacer lucir cada año nuestro Monumento.
El
Monumento con sus lirios de agua, fue mi primera y admirada impresión cuando
conocí la Semana Santa de Guaro.
El Jueves Santo acompañaremos a la Virgen
de los Dolores y al Nazareno. Los esfuerzos por las subidas y bajadas de calle
Málaga, Una acera o Teja, nos recuerda la larga noche de Jesús llevado,
arrastrado, empujado de un lugar a otro de Jerusalén. Su penoso e insufrible
recorrido por la Vía Dolorosa.
Avanzada la noche, siguiendo la Cruz, recordaremos la Procesión de los hermanos. Procesión a la que solo asistían hombres,
mientras las mujeres rezaban ante el monumento.
El resto de la noche del Jueves Santo
serían relevadas por los hombres, y algunos recordaremos los turnos de vela, la lista de grupos,
generalmente centralizada en el ayuntamiento, donde los hombres nos apuntábamos
para que, durante toda la noche, hubiese un grupo velando la muerte de Cristo.
Cada grupo acompañado por algunas niñas,
de las que se habían hecho mayores, para que los guiasen en el rosario y las
oraciones.
Acompañaremos al Sepulcro, nuestra
procesión que no es una procesión, sino casi un entierro.
Y en la Procesión del silencio a nuestra Virgen de la Soledad. Con nuestras
oraciones casi susurradas.
Música:
Perdona a tu pueblo Señor
Nuestra Semana Santa ha cambiado durante
estos años. A la Procesión de los hermanos asisten mujeres. En la del Silencio
no es necesario atar pañuelos en los varales, los jóvenes se han organizado de
otra forma. Los turnos de vela son espontáneos, las campanas, electrónicas y la
matraca, un recuerdo.
(Si
alguien aún tiene una matraca, debería pensar en conservarla como una joya de
museo, puesto que quedan muy pocas incluso a nivel nacional, y menos del modelo
usado en Guaro).
La mañana del Viernes Santo es algo nuevo
y un gran cambio, el Domingo de Resurrección.
He tenido la suerte de vivir los cambios
de nuevo como un niño; pero ahora a través de las niñas y niños de Guaro,
especialmente de mis hijos.
Los veo buscar cartulinas y grapadoras
para hacer capirotes y barras de cortina para los bastones.
Hablando con las vecinas, que buscaban
patrones, telas, cintas y diseños de túnicas y escapularios.
De pie, refunfuñando, pero aguantando que
le tomen medidas y les hagan pruebas.
Los veo con su madre, entre risas, besos y
bromas, ayudando con un trozo enorme de tela a cortar el vuelo de la capa. O
ajustando los agujeros para los ojos del capirote.
Igualmente, con su tita, cosiendo túnicas
e intentando que las cintas del bastón permanezcan en su sitio.
Los veo enfrentándose a la decisión de
elegir el color de la túnica para que las nuevas procesiones luzcan lo más
vistosas posible.
Y desde el escalón de la puerta, los
veíamos salir corriendo, gozosos, alegres, con el capirote, la túnica, el
escapulario y la capa al viento, a desfilar en las procesiones desde el Jueves
Santo.
La Semana Santa Guareña, a diferencia de
otras localidades, se centra en tres días: jueves, viernes y domingo; pero
también se diferencia por la intensidad con la que se viven esos tres días.
El Jueves Santo festejamos el Amor Fraterno: Amaos los unos a los otros, como yo os
he amado.
Y en Guaro aún seguimos llamando al Jueves
Santo, el Día del Amor Fraterno.
Música:
Marcha Soledad de San Pablo
Y ahí sale nuestra Virgen de los Dolores
acompañando a su hijo el Nazareno. Paso a Paso, recorren las calles de nuestro pueblo.
Silenciando con su Pena nuestras miradas, a sabiendas que nada puede hacer,
sino aguantar como una madre el Dolor que le aprisionará cuando vea el destino
inamovible de su hijo, clavado al frío y perverso madero. Esa muerte terrible,
horrible y despiadada de Cristo en la cruz, desde la que nos perdona y nos pide
perdonar.
Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen.
Dijo San Juan Pablo II: El perdón es la
única salida a la violencia. Es difícil perdonar y tal vez parece imposible,
pero el perdón es la única vía para que la venganza y la violencia no llamen a
otras venganzas y a otras violencias.
Y en
ese andar, en ese silencio solemne por mis calles a oscuras iluminadas por las
velas, escuchando las canciones que desde pequeño me han acompañado, veo, que
como dice Juan Pablo II: es hermoso hacer el Vía Crucis: caminar con Jesús en el
momento en que nos da “el abrazo de perdón y de paz”.
Y el viernes despierta, con una procesión
mañanera.
Música:
Reo de Muerte
Una procesión que es una lección de
catecismo en la calle. La Virgen de los Dolores, con su sufrimiento doble: Por
su Nazareno, simbolizando todo el sufrimiento de la pasión previa a su muerte.
Por su Hijo en la cruz, muerto por y para nuestra salvación, que la deja en
Soledad.
Pero al mismo tiempo, una mañana que nos
parece menos trágica, menos amarga; anticipando que la muerte no es el final,
sino el paso necesario e ineludible de Jesús para llegar a la Resurrección.
Y con la plaza llena, con los niños
rompiendo filas para rodear las imágenes mientras las vuelven, son levantadas a
pulso y se saludan, entre aplausos, toques de campanillas y los sonidos de la
banda de música y cornetas y tambores. La Madre contempla el sufrimiento y la Muerte,
y desde allí, desde las alturas, desde esos brazos temblorosos que los elevan,
cada Viernes Santo, Cristo al morir, nos recomienda y encomienda a su Madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Un acto de ternura
y amor de un hijo con su madre. Jesús no quiere que su Madre se quede sola.
Ahí tienes a tu madre. Jesús nos pide
nuestro comportamiento con María, como un hijo con su madre.
Al igual que el discípulo amado, la
recibimos en el corazón. Durante todo el año, nuestra Virgen es nuestra Madre,
nos encomendamos a ella y procuramos quererla, amarla, y no dejarla sola.
La noche del viernes se vuelve oscura y
apagada.
Cristo ha muerto y lo acompañamos en el
sepulcro. Delante, detrás o asomados en las puertas o esquinas. Como si de un
entierro real de un paisano se tratase.
Un entierro, que al pasar por las sinuosidades y cuestas de calle Barranco,
Parras o Enmedio, sumerge a Guaro en una noche de luto.
Y más tarde, nuestra Virgen de la Soledad.
Todo se ha acabado, ha visto padecer a su hijo Nazareno, lo ha acompañado en su
muerte en la cruz y acaba de darle sepultura. No existe mayor soledad.
Por eso Guaro convierte la Avda. de
Andalucía en una travesía de amor y compañía, y la Plaza en un remanso de paz y sosiego para su Madre.
El Domingo de Resurrección amanece.
Las campanas vuelven a repicar.
Cristo ha vencido a la muerte.
Música:
Una Mirada al Cielo
Guaro despierta con el tañido alegre de
las campanas de la Iglesia.
¡Alegraos!
No busquéis a
Jesús, el que murió en la Cruz, pues no lo hallaréis aquí. Salid a la calle y gritarlo: ¡Jesús ha
resucitado!
Y Guaro lo
celebra y lo grita.
Cristo Resucitado, además de recorrer las
calles guareñas de su pasión, se aleja para visitar otros barrios, otras
calles. Pasa ante otras puertas y bajo otros balcones y ventanas.
En los niños he sentido el cansancio, el
sudor, la sed y el hambre tras la larga procesión del Resucitado, esa gran
aportación de los guareños a la Semana Santa; dejando las túnicas para otro año
repetir, mientras continúan resonado en su interior las cornetas y tambores.
Durante la Última Cena Jesús instituye el
sacramento de la Eucaristía. El núcleo de nuestra Fe. El corazón y la cumbre de
la vida de la Iglesia.
Por la fe creemos que la presencia de
Jesús en la Hostia y el Vino no es solo simbólica, sino real; el misterio de la
transubstanciación, ya que lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; la
forma, color o sabor permanecen iguales.
En el Sacramento de la Eucaristía enaltecemos los tres días grandes de
la Semana Santa: la última cena, el jueves, el sacrificio en la cruz, el
viernes y la resurrección, el domingo.
Música:
La muerte no es el final
Esta es la Semana Santa que hemos recibido
de nuestros mayores y les hemos dejado
a nuestros hijos, que a su vez se las pasarán a los suyos.
No solamente nos han transmitido y
transmitiremos el gusto y el amor a nuestras procesiones y a sus Titulares, también
lo más importante como cristianos: La fe, la esperanza y la caridad; con sus creencias,
devociones y conocimientos.
Conocemos que Cristo nos recuerda cada
año, que padece, muere y resucita por todos nosotros. Es por todos nosotros, por
toda la Humanidad; sin importar nacionalidad, raza, sexo o edad.
Guaro lo pone en práctica cada día, al
recibir sin poner trabas ni hacer preguntas a quienes nos visitan, sea por unas
horas, unos días o se queden entre nosotros como paisanos más.
Para entrar en el Reino de los cielos solo
es necesario desearlo, si acaso hacernos un poco niños, confiar en Él y rezarle
al Padre para que nos dé la Fe necesaria para lograrlo.
La Semana Santa no es solo las
procesiones, con su importancia para mantener, acrecentar y fortalecer nuestra
Fe, sino también nuestro sentir interior.
Mis nietas son muy pequeñas aún; pero
disfrutan saludando a los músicos, y dándoles la mano a los nazarenos, pero
también se enfadan con los romanos, que le hacen pupa a Jesús, le rezan al
Señor en el trono y meditan cuando preguntan: ¿Por qué la Virgen tiene la cara tan triste?
Crecerán y encontrarán respuestas, y se
harán nuevas preguntas, participarán en
nuestra Semana Santa y colaborarán en ella. Correrán por las calles, aprenderán
a llevar una vela recta para no manchar de cera, y se sentirán guareñas.
Porque nuestra Semana Santa perdurará,
porque así lo queremos y para eso colaboramos y participamos todos.
Si algo se nos da bien, es colaborar. Las
guareñas y guareños, si hay que arrimar el hombro, no lo pensamos, colaboramos.
Tenemos y aplicamos muchas y diversas
formas de colaborar.
Desde organizarnos todos a lo grande para
restaurar la iglesia, hasta una sola persona arreglando un desconchón.
Desde un grupo que limpia, barre, friega,
pinta y retoca la iglesia para tenerla “hecha un ascua de oro”, como podemos apreciar
hoy; hasta la colaboración en la Liturgia, preparando y conservando los
ornamentos, organizando las lecturas, leyendo o cantando.
Desde abrir y cerrar la iglesia, hasta
tocar las campanas.
Desde impartir catequesis, hasta vender
lotería.
Desde vestirse de mantilla o llevar un
trono, hasta plantar flores.
Adornando un trono o cambiando una
bombilla.
Entronando las imágenes o quitando el
polvo.
Ejerciendo de monaguillos o clavando
alfileres.
Formando parte de una asociación o de
forma personal.
O formando parte de la Hermandad, y
trabajando, cada cual como mejor puede, en lograr cada año una mejor más
brillante Semana Santa.
Lo importante no es el cómo ni el cuándo
ni con quién. Lo que nos hace grandes es
nuestra colaboración desinteresada. Individual, en grupo o de las dos formas;
más o menos organizados, formando parte de un grupo o de varios a la vez.
Los mayores iremos apartándonos, dejando
las tareas pesadas a otros menos mayores que cargan con ellas que, a su vez,
dejarán su sitio a la juventud, que dejó de ser niñas y niños. Y otras niñas y
otros niños volverán a despertar su Ilusión cada primavera, ante una nueva Semana
Santa.
No sabemos cómo serán las próximas semanas
santas. Tampoco debe importarnos. Decía San Agustín: El pasado ya no
es y el futuro no existe todavía.
Vivamos, sintamos, recemos, reflexionemos,
colaboremos y disfrutemos en la de este año, porque las Semanas Santas del
futuro, pertenecen a nuestros niños.
Que nuestra madre la Virgen, los bendiga y
nos bendiga a todos.
¡Feliz Semana Santa!
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